domingo, 22 de junio de 2008

FUEGO (cap. 1)

Respetados: Aquí les dejo el primer capítulo de lo que terminará siendo un intento de novela corta. Tenía mucho texto y debí improvisar. Igual no es nada muy interesante pero tómenlo como un ejercicio especial para este espacio y júzguenlo bajo esos preceptos.Ya tengo otros textos listos pero me espero unos días para subirlos y así no acaparar la atención.
Abrazos para todos y ojalá no resulte aburrido leerme.
FC
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Fuego (una novela de FC)


1.Una Introducción

-Los bosques del sur de Chile son mágicos- proclamaba una rubia inglesa de profundos ojos azules mientras yo, mudo detrás de un escritorio de la vieja cabaña de madera con el periódico cubriendo mi rostro, recordaba haberlo escuchado antes. Es increíble el poder de la burocracia. Aquí, rodeado de 150.000 hectáreas de bosque virgen y sin nadie a miles de kilómetros, yo reparto folletos y consejos detrás de un escritorio al fin del sur del mundo tratando de no pararme demasiado para no entumecerme.

El olor a humedad me daba asco y se colaba por todo el lugar entremezclándose con el olor a leña quemada en la chimenea. Una escena maravillosa para un amanecer. Una postal que vendería millones de copias pero cuando se convierte en tu forma cotidiana de vivir, terminas por odiarla. Yo hubiera preferido una playa en el pacífico mexicano o en las costas de Alagoas en el Brasil pero el funcionario de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas insistía en decir: “los bosques del sur de Chile son mágicos”.

Por esos días yo no tenía claro el rumbo de mis actos ni mis actividades, por lo que cualquier cosa parecía una buena opción de trabajo. Terminé, como es de suponer, con un boleto en las manos, la promesa de unos ingresos y el compromiso de defender los refugios ficticios de la naturaleza.
-No lo crees- repitió la rubia sacándome del recuerdo.
-Debe ser hermoso estar aquí todos los días- comentó a modo de certeza y tratando de generar complicidad.
-En verdad no- interrumpí con voz cortada.
Luego, evitando ser muy grosero y recibir una queja en el departamento pertinente, explique. Mire, cuando llegué aquí todo me parecía igual de maravilloso que a usted. Después de tres años mis conceptos han cambiado y no creo que desee seguir escuchando mis desencantos. Puede recorrer el parque y no se alejen mucho. Si se pierden no quisiera salir a buscarlos con este frío.

La rubia se retiró sorprendida y yo supe que algo se había quebrado en ella. Ya no podría volver a mirar un roble milenario sin pensar que alguien lo odiaba. Volví a abrir el periódico y no volví a pensar en eso nunca más.
De pronto algo me sacó de la pasividad. Escrito con letras grandes y a un costado de la página central, una nota pagada llamaba profundamente mi atención. Imaginé que era pagada porque hace años trabaje en el equipo de redacción de un periódico pequeño y se que estos insertos se hacen siempre de última hora y se cobran bien. La nota decía:

Persona desaparecida - Ronan Abban. Ronan Abban es un turista irlandés que se encuentra viajando a través de los países de Argentina y Chile. Ronan no ha mantenido contacto con su familia y amigos desde mitad de Noviembre del 2007. Esto no es normal ya que él siempre mantiene informada a la familia del lugar donde se encuentre en cada momento.

Ni una palabra más. La nota no incluía un número al cual comunicarse, ninguna dirección de contacto o persona responsable de la publicación. Parecía una noticia más que una preocupación, un texto anónimo hablando de la desaparición de alguien en alguna parte indefinida. Ronan Abban, nunca podría olvidar ese nombre.

Conocí a Ronan en un avión rumbo a Santiago de Chile en el año 2005. Si mi memoria no falla, debe haber sido invierno en el sur por lo que el mes se encuentra entre julio y Agosto. El día es algo que quedó registrado en un pasaporte que murió más tarde y no hay forma de comprobarlo. Al menos no para mí. Mi asiento se encontraba pegado a una ventana situada justo sobre el ala izquierda y el asiento vecino fue ocupado por alguien que llamó inmediatamente mi atención. Un hombre joven y desgarbado de unos 28 o 30 años, barba rojiza y un evidente descuido en su aseo personal. Extremadamente sonriente y amable.
-Hola, Mi nombre es Ronan Abban. Mucho gusto- dijo con un extraño y ridículo acento.
-Hola-contesté seco y solitario.

Ronan usaba un abrigo largo, que cubría casi todo su cuerpo, botas de montaña y una bufanda vieja y colorida. Todo el tiempo su mano izquierda apretaba una guía del sur del mundo roída por el maltrato cotidiano aunque muy reciente en información. De sus hojas amarillas, brotaban un sin número de papelitos color rosa con anotaciones muy ordenadas y un símbolo que me atrapó desde el primer minuto. En cada uno de esos papelitos Ronan o alguien más, había dibujado una pequeña y perfecta llama de fuego.

Después de horas de viaje donde mi silencio permanecía inmutable, Ronan, quien no sabía quedarse callado, preguntó de donde era y a que me dedicaba. Este tipo extraño me hablaba y estuve a un paso de fingir que dormía pero recordé el fuego, los papelitos, la curiosidad y entonces comencé a conversar. No tuve tiempo ni obligación de decir algo importante antes de que este irlandés, entonado con unos cuantos tragos, empezara a contarme su vida.
Ronan había pertenecido durante seis años a una agrupación llamada "Salvemos al mundo".
Por lo que pude entender eran de formación anárquica pero influida por pensamientos postmodernistas y por supuesto de una desesperante teoría ecologista de la vida. Estaban en varios países de todos los continentes y la agrupación (así la llamaba Ronan) tenía bastante fuerza y reconocimiento. Unos locos sin mucha formación pero anti-sistémicos reconocidos dispuestos a pelear contra los balleneros japoneses, a pasearse desnudos en rechazo al uso de pieles y a marchar con la cara pintada por las calles de cualquier ciudad fingiendo que la vida miserable que nos ofrecen puede ser alegría. Todo aquello que definitivamente no iba conmigo.

Sin embargo, Ronan había logrado desesperar a los del equipo con sus preguntas y proyectos. Él sentía que el grupo era muy moderado y que los tiempos estaban para obligar la caída del sistema capitalista y destructivo mediante la administración de una correcta y justa dosis de violencia. Asumirse como los detonadores del cambio sin importar el costo era su exigencia y por supuesto fue expulsado. Los niños y niñas de clase media nunca entienden que no se puede pasar la vida sin escoger un lado de la moneda. El cinismo termina siempre por zafar algo en tu cerebro que te permite encontrar nuevas mentiras, nuevas justificaciones para no hacer nada. No puedes salir a la calle a destruir y después volver a tus comodidades de siempre. El paso es demasiado radical para ellos.

A Ronan la expulsión no lo afectó demasiado pero se quejaba de tener que emprender proyectos individuales sin la infraestructura y apoyo económico de la agrupación. En realidad, Ronan estaba solo desde hace mucho tiempo pero se las ingeniaba para quedarse ahí, basado en un discurso bastante más moderado que sus pensamientos.
-Hay que mentir, ya nadie cree en la violencia- justificó.
-Cada quien escoge su lugar de acción- recuerdo haber escuchado repetidas veces.

Ronan tenía identificadas a cinco grandes compañías madereras y lo que ellas hacían con los bosques se había vuelto un asunto personal. Me contó que tenía listas con los nombres y direcciones de todos los accionistas, teléfonos, calendarios y actividades. Familia, mascotas y cualquier detalle que pudiera servir.
-Tener afectos te hace débil, No tenerlos te vuelve una bala dispuesta a matar y morir. Yo quiero tener una respuesta si me agarran. Ellos son vulnerables yo estoy solo-

Es cierto que las palabras de Ronan sonaban a las de un desquiciado enfermo mental, pero atrapaban mi atención y se iban lentamente ganando un respeto. Yo escuchaba y eso siempre genera confianza. Sabía que la necesitaría cuando quisiera hablar de lo que realmente había atrapado mi curiosidad.

Los minutos pasaron lentos y después del carrito de comidas decidí preguntar directamente por los papelitos de la guía. Ronan abrió sus grandes ojos grises, resaltados por el brillo que producía la luz de lectura sobre el rojo de sus cabellos, y me contó como estas compañías engañaban a la gente disfrazadas de ONGs con créditos agrícolas y de desarrollo de infraestructura hospitalaria, jugando con el hambre y la precariedad de las personas. Los obligaban a creer que el problema era la ausencia de espacio y que el gobierno nada haría por ellos. Los obligaban a cortar miles de árboles para el futuro crecimiento y proyecto. Una vez cortado el bosque las ONGs y sus recursos desaparecían dejando solo unos costales de cemento, arena y algunos ladrillos. Entonces venían las madereras a ofrecer un rescate económico a estas comunidades “avasalladas” comprando los árboles muertos y el manejo de sus ahora desgastados recursos naturales. Un circuito perverso que debía ser destruido. Los papelitos representaban las diferentes localidades donde estaban trabajando las compañías. Las llamas aún no rebelaban su secreto.

Ronan se movía rápido y entusiasmado aunque un tanto inquieto. Yo me había ganado una confianza extraña a base de silencio pero eso no significaba que fuera seguro contarme. Sin embargo algo en su manera de ser le impedía callar y no fue mucho el tiempo transcurrido hasta que su boca se abrió y dijo: -Yo sólo espero que ellos corten el bosque. Esa misma noche me meto con sigilo y al amparo del silencio y la oscuridad rocío gasolina por todo el lugar y dejo caer mi cigarro. Es increíble lo rápido que puedes generar un incendio- dijo con voz calmada.

Cuando se percataban ya era tarde y todo estaba en llamas mientras él ya se encontraba lejos del siniestro. Me dijo que al comienzo le causaba una confusión enorme el quemar bosques aunque estos fueran ya “cadáveres”. Sobre todo porque a veces controlar el incendio no era fácil y terminaban por calcinarse miles de hectáreas extras con todo el daño que ello conlleva. -Mártires. Todos los necesitamos- remató.

El plan incendiario de Ronan había quedado al descubierto y me generaba un encanto inexplicable. Me preocupaba que sentía él por los miserables habitantes abandonados por todos y ahora incluso por la “madre naturaleza”. Sentí ganas de hacer más preguntas pero no las hice y el sueño termino derrotándome mientras mi cabeza cuestionaba en silencio. Todas las dudas serían resultas años más tarde y en circunstancias muy diferentes. Ambos dormimos y no volvimos a hablar durante el viaje.

La alarma de incendios retumba en mis oídos volviéndome loco y una voz desesperada en el radio rompe mi memoria. De un salto estoy dentro de la camioneta y avanzo entre la noche que cede al amanecer. Hace mucho frío y a lo lejos, muy a lo lejos, veo el resplandor de las llamas y su destrucción.


jueves, 12 de junio de 2008

Ilustración y aguas frescas

Abriendo franquicias por toda la república.

martes, 10 de junio de 2008

Cartel Ruso

De mi paso por la London School of Economics no tengo muchos recuerdos. Fue una época triste y miserable, que tenía esa miseria de invierno que sólo Londres puede hacerte sentir: la aturdidora discreción inglesa, la grisura asfixiante que te hunde bajo el abrigo y te hace esquivar el mundo mientras finges leer el London Lite en el metro.

Sin embargo, hay una imagen que no se borra: un cartel más bien mediano, pegado a lo largo de los pasillos de toda la escuela, muestra a un hombre en un traje caro, anteojos oscuros y una pistola que apunta a la cabeza del espectador y debajo una leyenda: "Join the Russian Oligarchs Society".

El cartel apareció junto a otros, a comienzos del año escolar, cuando una maraña de pósters de colores tapizaban la escuela, anunciando las distintas sociedades de alumnos a las que los estudiantes podían afiliarse. Los pósters eran todos parecidos y en su mayoría emanaban el mismo tufillo empresarial que impregna a toda la universidad. Más que un ejercicio de vida estudiantil, los carteles eran un llamado al networking, un ensayo de la vida corporativa en la que se sumergería la mayoría de los estudiantes al terminar los estudios, al menos hasta que les llegara el primer infarto o los alcanzara el apocalipsis en forma de crash bursátil.

Los carteles convocaban a extender las redes del poder y del dinero, a hacer de la universidad un espacio para ensayar un aspecto de la construcción del capitalismo (el otro ámbito donde surge el capital, el de la fábrica, era apenas un eco lejano proveniente de atrás de la muralla china o de algún desértico lugar de América Latina o del África. En las casas del capital tardío, los obreros son sólo sombras que salen en la madrugada a limpiar pisos en algún rascacielos)

Así, la vida estudiantil se transformaba en promoción publicitaria que a medida que pasaban los días, iba perdiendo su novedad y hacía que las paredes adquirieran una monotonía similar a la de los estantes de un supermercado.

He olvidado ya todos los otros carteles pero el de los oligarcas rusos sigue resonando en mi memoria como el eco de un trueno. La marca que lo distinguía era su cinismo casi honesto. Ahí no existían las fantasías del fair trade, ni las resonancias patéticas de los rockeros del primer mundo y sus llamados (a los ricos) a terminar con la pobreza. El cartel ruso no hablaba de microcréditos como salvación para los hambrientos, ni se molestaba en convocar a fortalecer la democracia y el libre mercado (único e inmutable) como medio para la prosperidad común. Lo que hablaba ahí era el capitalismo en su estado más puro: el ejercicio de la fuerza bruta, la desigualdad sin rubor, la convocatoria cruel a no estar enfrente sino detrás del que sostiene la pistola.

Siempre me he preguntado qué habría pasado si en lugar de un oligarca ruso blandiendo una pistola apareciera un hombre barbado con turbante. Quizás alguien habría visto el cartel con algo más que indiferencia, tal vez el Evening Standard habría mencionado el incidente con su habitual y calculada histeria. Pero no era así. Todos pasaron frente al cartel sin mirarlo siquiera, yo apenas me detuve y seguí de largo hacia el metro. Me hundí en mi abrigo negro, me senté en el vagón y fingí leer el London Lite para no ver a nadie.