Immanuel Wallerstein
Las incertidumbres del saber
La modernidad, en su proceso de largo duración ha tenido una epistemología distintiva: la del conocimiento y método científico, tan característica e inseparable de ella que algunos autores como Stephen Toulmin[1] la consideran el rasgo esencial de la modernidad. Puede ser discutible si es el rasgo principal de la modernidad o lo son otros (capitalismo, eurocentrismo, etc.) pero en el nivel epistemológico no hay duda: la ciencia moderna es el modelo que hay que seguir. Por eso las humanidades se enfrentaron a tantas dificultades metodológicas y a un cierto menosprecio de ellas por la sociedad al considerar que ofrecían un saber demasiado discutible y polémico, sin adelantos cuantitativos o acumulativos palpables, como el que ofrecía la ciencia moderna de Galileo, Descartes y Newton. La naturaleza y el mundo eran inmutables y la ciencia nos ofreció revelarnos las verdades que todavía permanecían ocultan para nosotros. Y así fue por más de 300 años hasta que muchos de los principios científicos fueron cuestionados por la ciencia misma, produciendo un efecto cascada en la teoría del conocimiento. En las consideraciones con las que iniciaban los hombres de ciencia sus investigaciones –sus prejuicios- estaban presentes el determinismo, las evoluciones lineares y la reversibilidad del tiempo. Sin embargo, contrario a lo que se pensó durante mucho tiempo estos elementos no son la regla sino la excepción de lo que ocurre en la naturaleza.
Los desarrollos de la matemática, la física y la química desde 1890 dieron al traste con las certidumbres en la ciencia. Poincaré, Einstein y Heisenberg crearon una nueva ciencia, una que es indeterminada e incierta. La naturaleza está alejada del equilibrio por lo que no puede haber un determinismo o una certeza total de cual será el desenlace de equis caso, sólo existen las posibilidades. Tampoco existen las evoluciones lineares como lo han especificado las matemáticas que se han desarrollado para resolver los temas relacionados a la teoría del caos. No existe la certitud en la física cuántica con lo que se da un nuevo giro en la epistemología científica ya que “la física tradicional vinculaba conocimiento completo y certidumbre, que en ciertas condiciones iniciales apropiadas garantizaban la previsibilidad del futuro y la posibilidad de retrodecir el pasado.” Adiós al demonio de Laplace que pretendía conocer todo el pasado y todo el futuro.
Esta transformación de la física arroja como resultado una nueva descripción de la naturaleza, un nuevo paradigma para las ciencias diría Kuhn. Con gran penetración Prigogine pregunta: “¿Cómo concebir la creatividad humana o cómo pensar la ética en un mundo determinista? La interrogante traduce una tensión profunda en el seno de nuestra tradición, la que a la vez pretende promover un saber objetivo y afirmar el ideal humanista de responsabilidad y libertad. Democracia y ciencia moderna son ambas herederas de la misma historia, pero esa historia llevaría a una contradicción si las ciencias hicieran triunfar una concepción determinista de la naturaleza cuando la democracia encarna el ideal de una sociedad libre. (...) Hoy creemos estar en un punto crucial de esa aventura, en el punto de partida de una nueva racionalidad que ya no identifica ciencia y certidumbre, probabilidad e ignorancia.”[2]
Los ensayos reunidos en Las incertidumbres del saber van en búsqueda de respuestas a estos cuestionamientos, por eso es que el título escogido por Wallerstein hace una alusión directa a la obra de Prigogine; tanto los ensayos del sociólogo estadounidense como los del químico belga tratan de establecer de nuevo un puente, de sostener una conversación entre filosofía y ciencia, conversación que se vio interrumpida desde el siglo XVII; son la búsqueda de una nueva epistemología, de otra forma de pensar el conocimiento científico y el humanístico, no como saberes desligados sino complementarios
Las artículos de Wallerstein presentan algunos de los problemas teoréticos en la estructuración cognoscitiva de la historia, la sociología y la antropología. Para los historiadores está la relación entre pasado y presente y la flecha del tiempo de Prigogine; en las ciencias sociales aborda la relación entre enfoques nomotéticos e ideográficos, tan característico del siglo XIX y principios del XX; sobre la antropología plantea algunos de sus retos como es la convivencia entre universalidad, particularidad y multiculturalidad. Decir que el trabajo de Wallerstein es una muestra de interdisciplinariedad puede ser un lugar común –y vacío- pero es cierto.
El conjunto de ensayos reunidos en Las incertidumbres del saber no difiere del enfoque de anteriores trabajos de Wallerstein como Impensar las ciencias sociales (1991) o el trabajo que coordinó en Abrir las ciencias sociales (1996). Nada nuevo en la bibliografía del sociólogo neoyorquino, pero un interesante y necesario insistir sobre el diálogo entre la filosofía y ciencia y la necesidad de la construcción de una epistemología diferente a la que predominó por más de tres siglos.
También de lectura obligada para los humanistas, principalmente los que están interesados en la relación del tiempo y la historia, debe ser el libro de Ilya Prigogine El fin de las certidumbres que es el que inspiró algunas tesis de Wallerstein y fortaleció otras. El libro de Prigogine pretende explicar a los no iniciados algunos de los principales implicaciones de la ciencia en general y de la física en particular, llamando la atención en las concepciones de tiempo en las teorías científicas.
[1] Stephen Toulmin, Cosmopolis. The hidden agenda of modernity. Chicago, University of Chicago Press, 1992.
[2] Ilya Prigogine, El fin de las certidumbres. Madrid, Taurus, 1997:12.
Los desarrollos de la matemática, la física y la química desde 1890 dieron al traste con las certidumbres en la ciencia. Poincaré, Einstein y Heisenberg crearon una nueva ciencia, una que es indeterminada e incierta. La naturaleza está alejada del equilibrio por lo que no puede haber un determinismo o una certeza total de cual será el desenlace de equis caso, sólo existen las posibilidades. Tampoco existen las evoluciones lineares como lo han especificado las matemáticas que se han desarrollado para resolver los temas relacionados a la teoría del caos. No existe la certitud en la física cuántica con lo que se da un nuevo giro en la epistemología científica ya que “la física tradicional vinculaba conocimiento completo y certidumbre, que en ciertas condiciones iniciales apropiadas garantizaban la previsibilidad del futuro y la posibilidad de retrodecir el pasado.” Adiós al demonio de Laplace que pretendía conocer todo el pasado y todo el futuro.
Esta transformación de la física arroja como resultado una nueva descripción de la naturaleza, un nuevo paradigma para las ciencias diría Kuhn. Con gran penetración Prigogine pregunta: “¿Cómo concebir la creatividad humana o cómo pensar la ética en un mundo determinista? La interrogante traduce una tensión profunda en el seno de nuestra tradición, la que a la vez pretende promover un saber objetivo y afirmar el ideal humanista de responsabilidad y libertad. Democracia y ciencia moderna son ambas herederas de la misma historia, pero esa historia llevaría a una contradicción si las ciencias hicieran triunfar una concepción determinista de la naturaleza cuando la democracia encarna el ideal de una sociedad libre. (...) Hoy creemos estar en un punto crucial de esa aventura, en el punto de partida de una nueva racionalidad que ya no identifica ciencia y certidumbre, probabilidad e ignorancia.”[2]
Los ensayos reunidos en Las incertidumbres del saber van en búsqueda de respuestas a estos cuestionamientos, por eso es que el título escogido por Wallerstein hace una alusión directa a la obra de Prigogine; tanto los ensayos del sociólogo estadounidense como los del químico belga tratan de establecer de nuevo un puente, de sostener una conversación entre filosofía y ciencia, conversación que se vio interrumpida desde el siglo XVII; son la búsqueda de una nueva epistemología, de otra forma de pensar el conocimiento científico y el humanístico, no como saberes desligados sino complementarios
Las artículos de Wallerstein presentan algunos de los problemas teoréticos en la estructuración cognoscitiva de la historia, la sociología y la antropología. Para los historiadores está la relación entre pasado y presente y la flecha del tiempo de Prigogine; en las ciencias sociales aborda la relación entre enfoques nomotéticos e ideográficos, tan característico del siglo XIX y principios del XX; sobre la antropología plantea algunos de sus retos como es la convivencia entre universalidad, particularidad y multiculturalidad. Decir que el trabajo de Wallerstein es una muestra de interdisciplinariedad puede ser un lugar común –y vacío- pero es cierto.
El conjunto de ensayos reunidos en Las incertidumbres del saber no difiere del enfoque de anteriores trabajos de Wallerstein como Impensar las ciencias sociales (1991) o el trabajo que coordinó en Abrir las ciencias sociales (1996). Nada nuevo en la bibliografía del sociólogo neoyorquino, pero un interesante y necesario insistir sobre el diálogo entre la filosofía y ciencia y la necesidad de la construcción de una epistemología diferente a la que predominó por más de tres siglos.
También de lectura obligada para los humanistas, principalmente los que están interesados en la relación del tiempo y la historia, debe ser el libro de Ilya Prigogine El fin de las certidumbres que es el que inspiró algunas tesis de Wallerstein y fortaleció otras. El libro de Prigogine pretende explicar a los no iniciados algunos de los principales implicaciones de la ciencia en general y de la física en particular, llamando la atención en las concepciones de tiempo en las teorías científicas.
[1] Stephen Toulmin, Cosmopolis. The hidden agenda of modernity. Chicago, University of Chicago Press, 1992.
[2] Ilya Prigogine, El fin de las certidumbres. Madrid, Taurus, 1997:12.