Aunque sea un poco tarde quisiera recordar que el 24 de abril se conmemora el genocidio armenio perpetrado por el gobierno turco durante la Primera Guerra mundial. Cuando Hitler decidió sobre el genocidio judío dicen que sus palbras fueron "¿quién recuerda la masacre de los armenios?" en clara alusión a que todo es susceptible de olvido, incluso las peores acciones. Por otra parte, Raphael Lemkin, el abogado judío-polaco que acuñó el concepto de genocidio, dejó en claro que él pensaba en la relevancia del caso armenio y que éste lo había influenciado. El genocidio armenio no sólo es primero del siglo XX sino que tiene una cronología directa en la historia de los genocidios.
The Great Game of Genocide, de Daniel Bloxham
Desde finales del siglo XIX se empezó a perpetrar la masacre del pueblo armenio en los territorios comprendidos dentro de las fronteras del imperio otomano, no obstante que los asentamientos de armenios en las tierras de Anatolia datan de hace tres mil años y los de Cilicia desde la Edad Media. Las mayores atrocidades ocurrieron en 1915-1916, mientras en Europa se libraba la PrimeraGuerra Mundial, con el asesinato de más de un millón de civiles armenios y varios miles de kurdos. La historiografía sobre el tema se ha concentrado en documentar el genocidio armenio y los intentos del gobierno turco por esconder y distorsionar los hechos.
El libro de Bloxham pretende ir un poco más lejos. El autor nos dice que la irrefutabilidad del genocidio armenio ya no debe ser el punto de llegada (para eso podría estar como referencia obligada el libro de Vahakn Dadrian, The History of the Armenian Genocide: Ethnic Conflict from the Balkans to Anatolia to the Caucasus) sino el punto de partida para nuevos trabajos. Y eso es lo que él hace, explicar el genocidio armenio en relación con los dos grandes paradigmas socio-políticos de principios del siglo XX: nacionalismo e imperialismo.
El libro expone los movimientos y jugadas del gran tablero de ajedrez de las relaciones internacionales desde 1774 referentes a la “cuestión de Oriente” y las políticas europeas por el control de las fronteras entre Europa y Asia, principalmente la lucha de Gran Bretaña y Rusia por el control del Mediterráneo Oriental. Después del Congreso de Berlín, los intereses imperialistas de las grandes potencias en su búsqueda de atraerse aliados promovieron los sentimientos nacionalistas, los mismos que habían sido la base de las unificaciones italiana y alemana de apenas unos años atrás, y que lo eran de las independencias de Bulgaria, Rumania y Serbia acaecidas el mismo año del Congreso. El imperio otomano se enfrentaba a un inminente colapso, y las presiones de las potencias internacionales, que ya se repartían su territorio, fueron claves para buscar la consolidación de un Estado nacional turco.
El nacionalismo turco implicó, como la mayoría de los movimientos nacionalistas, autoritarismo, etnocentrismo y estatismo. Si bien es cierto que tiempo atrás había habido importantes aniquilamientos de búlgaros, armenios y kurdos, afirma el autor que es la quintaesencia occidental del nacionalismo lo que deriva en las masacres de 1915 llevadas a cabo por el Comité de Unión y Progreso (CUP). Ya desde 1914 Enver Pasha, Ministro de Defensa, discutía la “limpieza de Anatolia de sus ‘tumores’ no-musulmanes” (p. 63). El propio embajador austro-húngaro Johann von Pallavicini describe la situación como “la creación de un Estado nacional mediante la aniquilación de los elementos extranjeros” (p. 94). El CUP consideraba que la homogeneidad étnica, la integridad del territorio y la independencia económica y política de los turcos era amenazada por la presencia armenia en los territorios de Cilicia y en la parte oriental de Anatolia. El pueblo armenio se convierte así en un extraño en sus propias tierras, y su genocidio en parte de los orígenes del proyecto nacional del Estado turco.Todavía como Ministro del Interior, Talât Pasha aseveraba que las deportaciones de los armenios “fueron determinadas por una necesidad nacional e histórica” (p. 95).
Además del nacionalismo turco, la otra cara de la cuestión armenia era la de los intereses imperialistas de las potencias europeas; de hecho, el título del libro se deriva del nombre popular con que se conocía al enfrentamiento anglo-ruso por la hegemonía en Asia central y el Oriente cercano. En primer lugar, Rusia alentaba a todo pulmón la independencia y creación de un Estado armenio, pero en secreto mantenía acuerdos con los turcos, mientras que Inglaterra alentaba
una revuelta árabe de principios nacionalistas que contrastaba con los deseos panislamistas del CUP.
Después de 1917, Rusia desapareció como el principal promotor de los armenios, pero rápidamente fue remplazado por la propia Inglaterra, que así buscaba prevenir un avance turco-alemán sobre el Cáucaso, pero con el desvanecimiento del imperio y la llegada al poder de los kemalis. Estas las promesas de apoyo a la independencia de Armenia se esfumaron de manera abrupta; Inglaterra decidió concentrar sus esfuerzos en el mundo árabe mientras buscaba pasarle la estafeta de la protección de los armenios a Estados Unidos. Mención especial merece el papel que en el libro de Bloxham juega Alemania, ya que difiere con la historiografía más ortodoxa, como la de V. Dadrian, que corresponsabiliza a los alemanes de las masacres de 1915 como parte de la estrategia de la alianza turcoalemana de la Primera Guerra Mundial.
Sin dispensar el comportamiento alemán, Bloxham considera que la clave de su postura debe remitirse no a la alianza otomana sino a un contexto interactivo con las potencias de la Entente. De hecho, Bloxham considera que la posición de Alemania sobre la cuestión armenia es más reactiva a la propaganda que la que, de manera activa y a conveniencia, se encuentra en los discursos de Inglaterra, Rusia y hasta Francia.
La otra gran parte constitutiva de The Great Game of Genocide es la negación u omisión del genocidio armenio, ya no por parte del gobierno turco (como se podría esperar) sino por la de los distintos Estados internacionales, principalmente Estados Unidos, vereda por la cual ya había comenzado a caminar Peter Balakian en su The Burning Tigris.
Para empezar, Turquía, Estados Unidos e Israel evitan usar el concepto de genocidio para describir las matanzas de armenios, ya que éste tiene profundas implicaciones legales que quedaron definidas en 1948, cuandose consideró el genocidio judío perpetrado por los nazis en las leyes de derecho internacional. La palabra genocidio es sustituida por guerra civil o, en el mejor de los casos, por masacres(omitiendo cualquier referencia al Estado turco) en la utilización mañosa de un lenguaje para ocultar la verdad (igual que en el conflicto palestino-israelí las grandes agencias noticiosas manipulan el lenguaje y trastocan los acontecimientos, como lo ha señalado el periodista británico Robert Fisk). Sin embargo, Raphael Lemkin, el abogado judío- polaco que acuñó el concepto de genocidio, dejó en claro que él pensaba en la relevancia del caso armenio y que éste lo había influenciado. No obstante lo anterior, Estados Unidos e Israel siguen sin otorgarle el calificativo de genocidio a las matanzas de armenios de 1915.
Después de la Segunda Guerra Mundial, durante los años de la Guerra Fría, la importancia geopolítica de Turquía se centró en servir de muro de contención a los intereses expansionistas soviéticos. La importancia de Turquía en las políticas de Medio Oriente se acrecentó en 1979 debido a la invasión soviética a Afganistán y a la revolución islámica de Irán, dejando al miembro de la OTAN en un rol estratégico ante la avanzada de la Unión Soviética. Una de las respuestas del gobierno de Reagan fue que en 1982 el Departamento de Estado estadounidense declaró que, dado que los registros históricos eran ambiguos, no podía ceder a las acusaciones que afirmaban que el gobierno turco había cometido genocidio contra el pueblo armenio (p. 221).
Sin duda, Turquía era un aliado estratégico en contra de los rusos y el precio por su lealtad quedaba al alcance de la mano. Después de la caída del comunismo, Ankara fue un aliado de primer orden en la primera guerra contra Irak. Y también ha estado allí como aliado estratégico de Israel cuando en 1948, después de la creación de este Estado, no molestó a los judíos que vivían en su territorio como aconteció con otros países musulmanes, y cuando al año siguiente reconoció oficialmente al Estado hebreo. Turquía representa para Tel Aviv la única mano amiga en toda la zona.
En un análisis final, Bloxham narra cómo la indolencia de los Estados y sus diplomáticos sobre el genocidio armenio tiene como contraparte a varios historiadores. El caso paradigmático lo constituye sin duda el orientalista inglés Bernard Lewis (ferozmente criticado por Edward Said en el ya lejano año de 1976), emérito de Princeton y asesor de la administración de George W. Bush, quien en 1993, en una entrevista al diario francés Le Monde, calificó el genocidio armenio como “versión armenia de la historia”. Es cierto que nadie olvida el genocidio de seis millones de judíos, la mayor masacre en la historia de un grupo étnico. También lo es que fueron asesinatos cometidos por europeos contra europeos en Europa. No se olvida,y su negación se castiga penalmente. Mientras, el Estado turco pretende enjuiciar a uno de sus literatos más importantes, Orhan Pamuk, candidato al Nobel, por haber declarado a un periódico suizo que un millón de armenios habían sido asesinados en Turquía durante la Primera Guerra Mundial.
A pesar de que este juicio por “haber denigrado públicamente la identidad turca” (El País, 16 de diciembre de 2005) fue cancelado gracias a la presión internacional, según el artículo 301 son procesados el periodista Hrant Dink y Sehmus Ulek, vicepresidente de Mazlum Der, ONG turca para la defensade los derechos humanos, ambos en relación con discursos pronunciados durante una conferencia el 14 de diciembre de 2002 sobre el tema “Seguridad global, terror y derechos humanos, pluralidad cultural, minorías y derechos humanos”. El reconocimiento del genocidio armenio por parte de Turquía (además del de Estados Unidos por razones políticas y el de Israel por motivos morales) es indispensable para la reconciliación de dos naciones con su historia.
Daniel Bloxham nos hace ver que a la historia le corresponden, como lo ha mencionado el historiador francés Paul Ricoeur, tanto los terrenos de la memoria como los del olvido, y que la memoria del genocidio armenio conlleva tanto un compromiso ético como un desafío intelectual.
Dejé la reseña que escribí acerca del tema tal cual apareció en la revista Istor No.24 (2006), con la siguiente aclaración: Cuando la escribi Orhan Pamuk sonaba como candidato al Nobel. Un año después de escribir la reseña Pamuk ganó el premio.
No dejen de leer "Me llamo Rojo", "Nieve" y "Estambul", (aunque haya
ganado el Nobel es buen escritor). De ahí se me quedó grabada la frase del Corán "Tanto oriente como occidente pertenecen a Dios".
The Great Game of Genocide, de Daniel Bloxham
Desde finales del siglo XIX se empezó a perpetrar la masacre del pueblo armenio en los territorios comprendidos dentro de las fronteras del imperio otomano, no obstante que los asentamientos de armenios en las tierras de Anatolia datan de hace tres mil años y los de Cilicia desde la Edad Media. Las mayores atrocidades ocurrieron en 1915-1916, mientras en Europa se libraba la PrimeraGuerra Mundial, con el asesinato de más de un millón de civiles armenios y varios miles de kurdos. La historiografía sobre el tema se ha concentrado en documentar el genocidio armenio y los intentos del gobierno turco por esconder y distorsionar los hechos.
El libro de Bloxham pretende ir un poco más lejos. El autor nos dice que la irrefutabilidad del genocidio armenio ya no debe ser el punto de llegada (para eso podría estar como referencia obligada el libro de Vahakn Dadrian, The History of the Armenian Genocide: Ethnic Conflict from the Balkans to Anatolia to the Caucasus) sino el punto de partida para nuevos trabajos. Y eso es lo que él hace, explicar el genocidio armenio en relación con los dos grandes paradigmas socio-políticos de principios del siglo XX: nacionalismo e imperialismo.
El libro expone los movimientos y jugadas del gran tablero de ajedrez de las relaciones internacionales desde 1774 referentes a la “cuestión de Oriente” y las políticas europeas por el control de las fronteras entre Europa y Asia, principalmente la lucha de Gran Bretaña y Rusia por el control del Mediterráneo Oriental. Después del Congreso de Berlín, los intereses imperialistas de las grandes potencias en su búsqueda de atraerse aliados promovieron los sentimientos nacionalistas, los mismos que habían sido la base de las unificaciones italiana y alemana de apenas unos años atrás, y que lo eran de las independencias de Bulgaria, Rumania y Serbia acaecidas el mismo año del Congreso. El imperio otomano se enfrentaba a un inminente colapso, y las presiones de las potencias internacionales, que ya se repartían su territorio, fueron claves para buscar la consolidación de un Estado nacional turco.
El nacionalismo turco implicó, como la mayoría de los movimientos nacionalistas, autoritarismo, etnocentrismo y estatismo. Si bien es cierto que tiempo atrás había habido importantes aniquilamientos de búlgaros, armenios y kurdos, afirma el autor que es la quintaesencia occidental del nacionalismo lo que deriva en las masacres de 1915 llevadas a cabo por el Comité de Unión y Progreso (CUP). Ya desde 1914 Enver Pasha, Ministro de Defensa, discutía la “limpieza de Anatolia de sus ‘tumores’ no-musulmanes” (p. 63). El propio embajador austro-húngaro Johann von Pallavicini describe la situación como “la creación de un Estado nacional mediante la aniquilación de los elementos extranjeros” (p. 94). El CUP consideraba que la homogeneidad étnica, la integridad del territorio y la independencia económica y política de los turcos era amenazada por la presencia armenia en los territorios de Cilicia y en la parte oriental de Anatolia. El pueblo armenio se convierte así en un extraño en sus propias tierras, y su genocidio en parte de los orígenes del proyecto nacional del Estado turco.Todavía como Ministro del Interior, Talât Pasha aseveraba que las deportaciones de los armenios “fueron determinadas por una necesidad nacional e histórica” (p. 95).
Además del nacionalismo turco, la otra cara de la cuestión armenia era la de los intereses imperialistas de las potencias europeas; de hecho, el título del libro se deriva del nombre popular con que se conocía al enfrentamiento anglo-ruso por la hegemonía en Asia central y el Oriente cercano. En primer lugar, Rusia alentaba a todo pulmón la independencia y creación de un Estado armenio, pero en secreto mantenía acuerdos con los turcos, mientras que Inglaterra alentaba
una revuelta árabe de principios nacionalistas que contrastaba con los deseos panislamistas del CUP.
Después de 1917, Rusia desapareció como el principal promotor de los armenios, pero rápidamente fue remplazado por la propia Inglaterra, que así buscaba prevenir un avance turco-alemán sobre el Cáucaso, pero con el desvanecimiento del imperio y la llegada al poder de los kemalis. Estas las promesas de apoyo a la independencia de Armenia se esfumaron de manera abrupta; Inglaterra decidió concentrar sus esfuerzos en el mundo árabe mientras buscaba pasarle la estafeta de la protección de los armenios a Estados Unidos. Mención especial merece el papel que en el libro de Bloxham juega Alemania, ya que difiere con la historiografía más ortodoxa, como la de V. Dadrian, que corresponsabiliza a los alemanes de las masacres de 1915 como parte de la estrategia de la alianza turcoalemana de la Primera Guerra Mundial.
Sin dispensar el comportamiento alemán, Bloxham considera que la clave de su postura debe remitirse no a la alianza otomana sino a un contexto interactivo con las potencias de la Entente. De hecho, Bloxham considera que la posición de Alemania sobre la cuestión armenia es más reactiva a la propaganda que la que, de manera activa y a conveniencia, se encuentra en los discursos de Inglaterra, Rusia y hasta Francia.
La otra gran parte constitutiva de The Great Game of Genocide es la negación u omisión del genocidio armenio, ya no por parte del gobierno turco (como se podría esperar) sino por la de los distintos Estados internacionales, principalmente Estados Unidos, vereda por la cual ya había comenzado a caminar Peter Balakian en su The Burning Tigris.
Para empezar, Turquía, Estados Unidos e Israel evitan usar el concepto de genocidio para describir las matanzas de armenios, ya que éste tiene profundas implicaciones legales que quedaron definidas en 1948, cuandose consideró el genocidio judío perpetrado por los nazis en las leyes de derecho internacional. La palabra genocidio es sustituida por guerra civil o, en el mejor de los casos, por masacres(omitiendo cualquier referencia al Estado turco) en la utilización mañosa de un lenguaje para ocultar la verdad (igual que en el conflicto palestino-israelí las grandes agencias noticiosas manipulan el lenguaje y trastocan los acontecimientos, como lo ha señalado el periodista británico Robert Fisk). Sin embargo, Raphael Lemkin, el abogado judío- polaco que acuñó el concepto de genocidio, dejó en claro que él pensaba en la relevancia del caso armenio y que éste lo había influenciado. No obstante lo anterior, Estados Unidos e Israel siguen sin otorgarle el calificativo de genocidio a las matanzas de armenios de 1915.
Después de la Segunda Guerra Mundial, durante los años de la Guerra Fría, la importancia geopolítica de Turquía se centró en servir de muro de contención a los intereses expansionistas soviéticos. La importancia de Turquía en las políticas de Medio Oriente se acrecentó en 1979 debido a la invasión soviética a Afganistán y a la revolución islámica de Irán, dejando al miembro de la OTAN en un rol estratégico ante la avanzada de la Unión Soviética. Una de las respuestas del gobierno de Reagan fue que en 1982 el Departamento de Estado estadounidense declaró que, dado que los registros históricos eran ambiguos, no podía ceder a las acusaciones que afirmaban que el gobierno turco había cometido genocidio contra el pueblo armenio (p. 221).
Sin duda, Turquía era un aliado estratégico en contra de los rusos y el precio por su lealtad quedaba al alcance de la mano. Después de la caída del comunismo, Ankara fue un aliado de primer orden en la primera guerra contra Irak. Y también ha estado allí como aliado estratégico de Israel cuando en 1948, después de la creación de este Estado, no molestó a los judíos que vivían en su territorio como aconteció con otros países musulmanes, y cuando al año siguiente reconoció oficialmente al Estado hebreo. Turquía representa para Tel Aviv la única mano amiga en toda la zona.
En un análisis final, Bloxham narra cómo la indolencia de los Estados y sus diplomáticos sobre el genocidio armenio tiene como contraparte a varios historiadores. El caso paradigmático lo constituye sin duda el orientalista inglés Bernard Lewis (ferozmente criticado por Edward Said en el ya lejano año de 1976), emérito de Princeton y asesor de la administración de George W. Bush, quien en 1993, en una entrevista al diario francés Le Monde, calificó el genocidio armenio como “versión armenia de la historia”. Es cierto que nadie olvida el genocidio de seis millones de judíos, la mayor masacre en la historia de un grupo étnico. También lo es que fueron asesinatos cometidos por europeos contra europeos en Europa. No se olvida,y su negación se castiga penalmente. Mientras, el Estado turco pretende enjuiciar a uno de sus literatos más importantes, Orhan Pamuk, candidato al Nobel, por haber declarado a un periódico suizo que un millón de armenios habían sido asesinados en Turquía durante la Primera Guerra Mundial.
A pesar de que este juicio por “haber denigrado públicamente la identidad turca” (El País, 16 de diciembre de 2005) fue cancelado gracias a la presión internacional, según el artículo 301 son procesados el periodista Hrant Dink y Sehmus Ulek, vicepresidente de Mazlum Der, ONG turca para la defensade los derechos humanos, ambos en relación con discursos pronunciados durante una conferencia el 14 de diciembre de 2002 sobre el tema “Seguridad global, terror y derechos humanos, pluralidad cultural, minorías y derechos humanos”. El reconocimiento del genocidio armenio por parte de Turquía (además del de Estados Unidos por razones políticas y el de Israel por motivos morales) es indispensable para la reconciliación de dos naciones con su historia.
Daniel Bloxham nos hace ver que a la historia le corresponden, como lo ha mencionado el historiador francés Paul Ricoeur, tanto los terrenos de la memoria como los del olvido, y que la memoria del genocidio armenio conlleva tanto un compromiso ético como un desafío intelectual.
Dejé la reseña que escribí acerca del tema tal cual apareció en la revista Istor No.24 (2006), con la siguiente aclaración: Cuando la escribi Orhan Pamuk sonaba como candidato al Nobel. Un año después de escribir la reseña Pamuk ganó el premio.
No dejen de leer "Me llamo Rojo", "Nieve" y "Estambul", (aunque haya
ganado el Nobel es buen escritor). De ahí se me quedó grabada la frase del Corán "Tanto oriente como occidente pertenecen a Dios".
5 comentarios:
Patito: agradeceré la finura de la mejora en el diseño (si todavía se puede hacer algo).
Gracias
Javier
Se me olvidaba. Hrant Dink periodista turco-armenio al cual mencionó en la reseña fue asesinado a tiros en la calle en enero de 2007. Un evento opuesto al de Pamuk.
Javo, se hizo lo que se pudo.
Usted maneja el word como máquina de escribir, por no hablar de sus otras masacres...
Un abrazo a usted y a la zanganada.
Javo interesante cuestión de la que escribes aunque un poco densa en su lectura. Necesito que me roles unos libros. Gracias por compartirlo y no explotes al pato.
Chida la reseña. Interesante y perverso el manejo político del genocidio. Hace poco se armó una grande cuando Ucrania (con los EU pegados) declaró como un genocidio la colectivización de los campesinos ucranianos durante el estalinismo que acabó con la muerte de unos 30 millones de personas. Rusia condenó la adopción de la definición de genocidio. Los rusos sostienen que los muertos en ucrania fueron resultado de una hambruna en la que murieron también una gran cantidad de rusos-étnicos, por lo que rechaza que haya un intento deliberado de acabar con los ucranianos.
Asi que mientras se acepta para Ucrania, se rechaza para Armenia. Forma -supongo- parte del Gran Juego de la geopolítica de la pos-guerra fría.
Por otro lado, si se encuentran un día con el trabajo de Michael Stewart sobre los problemas de definción del genocidio de los gitanos (roma) en la segunda guerra mundial, se los recomiendo.
Abrazos a todos.
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