Mes y medio después.
Las puertas de la cantina están entreabiertas y rechinan debilmente con el viento. El ventanal de la entrada está totalmente roto y de él asoma una silla de tres patas. Moribunda. Adentro, en la oscuridad, alguien hace el mantenimiento. El individuo tose con optimismo.
La última vez que lo vimos estaba en la barra, con una bebida cristalina en la mano y platicaba con sus amigas. Tenía la ropa nueva, la cara sana y bien afeitada. Ahora luce una barba larga y está algo encorvado. Hoy levanta los vidrios rotos con la escoba y el recogedor. Con los pies hace a un lado las patas rotas de la sillas, los miembros del mobiliario destrozado. Busca entre las botellas aniquiladas para ver si queda algo de líquido. El piso es una capa de ceniza y escombros. ¿Por dónde empezar? La sangre ya está seca, eso es ganancia.
Con el mayor orden posible, pone lo que queda encima de las mesas tambaleantes. Sacude con la mano el polvo de las cortinas negras e incendiadas. No es la primera vez que pasa, piensa el hombre. Y en el fondo, espera que no sea la última. Ahora desenreda de la columna el cable de la rockola. Busca en su bolsillo una moneda de cinco pesos. "The show must go on" comienza a brotar de los altavoces manchados de cerveza. Prende todas las luces. Se sienta en el único taburete vivo.
Pasea la mirada por el lugar... No está tan mal después de todo. Poco a poco la cantina comienza a verse presentable. Incluso habitable. El caos irreparable era una falsa impresión inicial. Aparece el resto de los taburetes y los delicados posavasos de papel están en el sitio de siempre. Los vasos está limpios, la estantería ha sido equilibrada.
Pero su cajetilla está vacía. Así que busca alguna colilla en el recogedor desbordado que descansa al lado de la puerta. Hay cuatro cigarros casi completos-- una historia completa por continuar. El cenicero que sacó del lavabo inundado ya está seco. Podemos usarlo.
Abre la puerta de la cantina de par en par. Así entrará un poco de aire. O incluso, un viejo bebedor distraído. Pasan las horas. Sólo entra un cuervo con el ojo podrido... El animal se pasea por la barra -ahora reluciente- y lo mira con curiosidad. Por algo se empieza, se dice entre dientes. Algo es algo.
Las puertas de la cantina están entreabiertas y rechinan debilmente con el viento. El ventanal de la entrada está totalmente roto y de él asoma una silla de tres patas. Moribunda. Adentro, en la oscuridad, alguien hace el mantenimiento. El individuo tose con optimismo.
La última vez que lo vimos estaba en la barra, con una bebida cristalina en la mano y platicaba con sus amigas. Tenía la ropa nueva, la cara sana y bien afeitada. Ahora luce una barba larga y está algo encorvado. Hoy levanta los vidrios rotos con la escoba y el recogedor. Con los pies hace a un lado las patas rotas de la sillas, los miembros del mobiliario destrozado. Busca entre las botellas aniquiladas para ver si queda algo de líquido. El piso es una capa de ceniza y escombros. ¿Por dónde empezar? La sangre ya está seca, eso es ganancia.
Con el mayor orden posible, pone lo que queda encima de las mesas tambaleantes. Sacude con la mano el polvo de las cortinas negras e incendiadas. No es la primera vez que pasa, piensa el hombre. Y en el fondo, espera que no sea la última. Ahora desenreda de la columna el cable de la rockola. Busca en su bolsillo una moneda de cinco pesos. "The show must go on" comienza a brotar de los altavoces manchados de cerveza. Prende todas las luces. Se sienta en el único taburete vivo.
Pasea la mirada por el lugar... No está tan mal después de todo. Poco a poco la cantina comienza a verse presentable. Incluso habitable. El caos irreparable era una falsa impresión inicial. Aparece el resto de los taburetes y los delicados posavasos de papel están en el sitio de siempre. Los vasos está limpios, la estantería ha sido equilibrada.
Pero su cajetilla está vacía. Así que busca alguna colilla en el recogedor desbordado que descansa al lado de la puerta. Hay cuatro cigarros casi completos-- una historia completa por continuar. El cenicero que sacó del lavabo inundado ya está seco. Podemos usarlo.
Abre la puerta de la cantina de par en par. Así entrará un poco de aire. O incluso, un viejo bebedor distraído. Pasan las horas. Sólo entra un cuervo con el ojo podrido... El animal se pasea por la barra -ahora reluciente- y lo mira con curiosidad. Por algo se empieza, se dice entre dientes. Algo es algo.
3 comentarios:
Bienvenidos.
Yo voy a pedir una cerveza oscura. Extragrande.
Dado que parece cantina del viejo oeste, yo pediré un whiskol en las rocas.
Gracias por la reapertura cantinero
Con las huellas de la cruda en la cara y una mancha de sangre en la camisa (no está seguro a quien pertenece)se sienta sobre la barra. El cantinero lo mira refejado en el espejo y mientras seca un vaso dice: asi que has vuelto.
-¿Vuelto? Yo pensé que nunca me había ido
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