Pensemos en una relación como una casa. Uno compra una casa y se pregunta ¿qué puede ir mal con mi nuevo hogar? Pues bien, si tu casa no es nueva a los pocos días empiezan a surgir detalles, ¿no es cierto? Un día hay un corto circuito y después de un rato de pensar en cambiar el sistema eléctrico descubres que sólo era un fusible quemado. Bien. Luego la llave del lavabo empieza a gotear y es cosa de llamar al plomero. A la semana la mugre se empieza a notar, pero tú la dejarías ahí si nadie te insistiera en que hay que barrer y trapear. Luego está lavar y planchar y hacer la comida, y aunque eso no sea propiamente algo de la casa en si es una labor doméstica. Unas semanas más tarde el cerrojo de la puerta empieza a trabarse y piensas “espero no quedarme afuera o encerrado adentro un buen día”, pero si no eres muy maniático lo dejas así hasta que llegue ese indeseable evento en el menos pensado de los días, cuando tienes que salir de viaje o se te hace tarde para el trabajo, probablemente, o un domingo cuando regresas del cine a media noche, pero qué más da. También habrás de descubrir que la puerta de la cochera tiende a crujir en exceso y no encuentras nada que hacer al respecto. ¿Ven a lo que me refiero? Sin embargo uno no decide cambiar de casa de un momento a otro, como podría hacerse con una relación, aunque si puedes dudar si habrás hecho la mejor elección al escoger esa casa para el resto de tus días. Sólo si tienes dinero suficiente piensas, después de mucho tiempo ¿qué tal si me mudo a una casa mejor? Pero también están las personas que se frustran por los pequeños detalles y viven todos los días pensando en ellos y en lo felices que serían en otra casa. Por otra parte es inevitable no comparar la nueva casa con las anteriores: en aquella el gas estaba entubado y no tenías que andar batallando con el abastecimiento, pensarán algunos, me gustaba más el otro barrio, otros. Pero a largo plazo terminas adaptándote y encariñándote cada vez más con la casa por más desperfectos que sigan apareciendo. Te acostumbras, en pocas palabras, y desarrollas cada vez más afecto por esa casa y esperas que no se deteriore en el tiempo que te reste por habitarla.
4 comentarios:
Extraña idea esa de comparar las relaciones con las casas. Tal vez yo no entendí muy bien.
Pues si las relaciones son como las casas, entonces voy por mejor camino. Yo nunca he tenido un gusto particular por una casa y soy medio gitano (me canso rápido del mismo lugar). ¿Entonces debo tener muchas mujeres y cambiarlas seguido? No suena mal, me voy acercando.
Lo que si debo reconocer, es que en cualquier casa siempre pongo lo mejor y la termino entregando con cosas nuevas y buenas. Arreglando detallitos... Ojalá sea así en mis relaciones también.
Ya sube algo más elaborado, un cuentito o algo así (para saber como va la pluma). Yo prometo hacer lo mismo.
F.C
Si las casas son como las relaciones, descubro que soy alguiee que renta gustoso, pero que no se atreve a comprar.
Que siga la prosa.
No cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor
:P
saludos
Betteo COINCIDO con asté...a que verdades tan verdaderas han salido de su prodigiosa boca.
Yo tampoco me he animado a comprar! Siempre desde hace 16 años "rento" pero, no sé cuando entras a los treinta como que te llega cierto deseo de compartir tu cama y tu cocina y tu ducha y tus tiliches y tus malos genios y los buenos días matutinos y la pasta dentrífica y los domingos aburridos en casa y los libros y el polvo...
en fin, ya estoy pensando en comprar una casa definitiva, animas y se me haga en esta década.
Publicar un comentario