viernes, 29 de agosto de 2008

American Gothic

"How much of it is true? All of it. None of it. Only the shame."
John Banville, The Book of Evidence

Quienes han visto la última película de Batman con una visión crítica coinciden en señalar la incapacidad del director (C. Nolan) para recuperar el espíritu y la complejidad del Batman de Frank Miller (el cómic The Dark Knight Returns en el que más o menos está basada la película) y la facilidad con que el film adhiere al aparato ideológico norteamericano y en especial a su "guerra contra el terror".

Ambas críticas tienen algo de cierto: los momentos de gran tensión y riqueza narrativa que caracterizaban el guión de la novela gráfica de Miller aparecen un tanto diluídos y subordinados al film de acción que preludia la aparición del videojuego (la película convertida en anuncio de mercancías futuras) y la facilidad con la que los personajes utilizan el término "terrorista", parece una contribución al proceso de fabricación de los nuevos enemigos de Estados Unidos.


Sin embargo, los críticos que han descalificado la película por su carácter propagandístico y publicitario tienden a ignorar lo que quizás sea el atractivo más grande de este Batman: la ambigüedad moral que caracteriza a todos sus personajes. Que dicha ambigüedad sea reconocida en una superproducción hollywoodense es un hecho notable en la medida en que revela la incapacidad de la propaganda para construir un tipo ideal de comportamiento en el que los sujetos (personajes y espectadores) puedan y deban reconocerse. Este Batman rebasa lo meramente propagandístico en tanto fracasa en en establecer con nitidez los límites entre el héroe y el villano, entre el mal y el bien y por lo tanto, no puede verse simplemente como expresión de una hegemonía determinada.


No estoy convencido que el amasijo de contradicciones morales y políticas que caracteriza a la película sea el resultado de una crítica sutil del director (si esto es así, Christopher Nolan es un genio y estamos frente a una obra quasi subversiva disfrazada de blockbuster de verano) quizás sea más bien una muestra de que la seguridad de Hollywood sobre su propio orden moral se tambalea y de que la consistencia de la weltanschaung norteamericana es cada vez más dudosa.

Crítica sutil o mero reflejo del malestar cultural de su tiempo, Batman es una película (decadente) sobre la decadencia y en ese sentido está años luz del espíritu de sus predecesoras y de otros filmes de superhéroes en donde la fusión entre héroe y CEO jamás se cuestiona. El Batman de Nolan es apenas heroico: es un personaje tan amoral y oscuramente pragmático como sus enemigos. La película también deja serias dudas sobre la frontera entre el bien y el mal. A diferencia de Superman, donde el mundo moral (una granja costumbrista del Medio Oeste norteamericano, blanca, anglosajona y protestante) está generalmente amenazado por enemigos remotísimos, a menudo extraterrestres, en Ciudad Gótica la separación entre ley y crimen son difíciles de percibir y quienes amenazan el orden son irremediablemente humanos por más que haya cierta inclinación a caricaturizarlos.

Este Batman es también una metáfora de un Estado en crisis. Batman, el Guasón, el fiscal, la policía y hasta el mayordomo funcionan como "tipos ideales" weberianos. Batman puede entenderse como un héroe o un caso clínico de narciscismo esquizofrénico, pero también es susceptible de interpretarse como una metáfora de una forma de paramilitarismo cada vez más frecuente en nuestro tiempo.


Batman es un gran capitalista que no cree en el Estado y que frente a la incapacidad de éste para protegerlo y eliminar a sus competidores en el mundo del dinero (la mafia que encarcela al principio de la película) opta por llevar a la práctica su propia idea del orden y la justicia. Esta idea que no tiene nada de novedosa, adquiere un giro interesante cuando Bruce Wayne descubre que el fiscal de distrito tiene simpatías por el hombre-murciélago y su cruzada ilegal. El fiscal (el Estado) necesita de esta fuerza ilegítima pero efectiva, capaz de pasar por encima de los límites legales al poder para actuar. El pacto tácito entre el fiscal y Batman es un acto fundacional que pone a Ciudad Gótica en ruta hacia el fascismo (Mussolinni definía al fascismo como el momento en que el poder estatal y el poder de las corporaciones privadas se fusionaba) destruyendo el frágil equilibrio entre política y delito que antes existía sumiendo a todos en el caos y la anarquía. Es en ese momento en que aparece otro personaje interesante, el mafioso italiano que busca negociar con la autoridad y tratar de reestablecer cierto balance que los fundamentalismos de Batman y el Guasón han eliminado.


Entre estas voces cargadas de violencia estatal y privada hay una más que también merece mención: Alfred el mayordomo, ha dejado de ser un simple servidor, para convertirse en la sabiduría cruel de un viejo imperialismo. Ahora sirve al nuevo amo del mundo trayéndole la bandeja con el té, pero también con la memoria de las viejas guerras coloniales, en Burma dice, para acabar con los bandidos, tuvimos que quemar el bosque. Es la conciencia (cómplice) que le recuerda a Wayne que su proyecto tiene consecuencias y que para seguir y tener éxito hay que sacrificar a otros.


Cuando veía Batman, puede que estuviera frente a una pieza más de la maquinaria propagandística de Hollywood pero también veía metáforas de Irak, Colombia y México. Veía el mundo ardiendo alrededor mío, rodeado de hombres cada vez más poderosos, ricos y violentos, alienados y sin más contacto con el mundo real que el desprecio. Por un momento me sentí como los habitantes de Ciudad Gótica, atrapado en un barco lleno de explosivos, jugando a la democracia rodeado de soldados. Sólo espero que fuera del cine haya muchos como el preso de la película que toma la única decisión moral del filme, tal vez de la vida: la de no destruir a los otros aún cuando sea posible.

martes, 19 de agosto de 2008

EZ (el original)


¿Y quienes son esos que hablan de memoria historia, idiomas, lugares, sin haber arriesgado nada?

¿Y quienes son aquellos que hacen la guerra detrás de lujosos escritorios?

¿Por qué hay un premio nobel de la paz que premia a los cobardes?

Que otros alaben a hombres eminentes que se llenan la boca de paz.

Yo alabo la agitación y el conflicto.

Que otros alaben el miedo y la soberbia que destruye lo común.

Yo alabo la simpleza y la mirada profunda.

Yo solo quiero que gire el reloj de arena, se desborde la rabia

Y se consuma esta asquerosa desigualdad.

(FCC)

. . .

I

La figura de Zapata está fuertemente arraigada a mi infancia, más por condiciones geográficas que por el conocimiento del líder revolucionario. Mi padre que durante mucho tiempo se había desempeñado como chofer (de camiones urbanos, para Telmex y previamente realizando fletes en la Merced y en la Central de Abastos) había comenzado a trabajar para unos parientes como administrador y agricultor en el estado de Morelos. La colonia donde habitaba, escogida estratégicamente por su módico precio y en una ruta a mitad de las tierras cultivadas se encontraba a un par de kilómetros de Anenecuilco. Lo que recuerdo, y que por muchos años ha sido la imagen misma del lugar es un enorme cartel que anunciaba el pueblo origen de Zapata donde se podía leer su fecha de nacimiento y una ilustración de su cara. El cartel era gigante y descolorido por las lluvias y un nulo mantenimiento.

La primera vez que fui contaba con seis años. Usaba unas pequeñas botas que me hacían el hazmerreír de mi escuela pero no me importaba (demasiado). El ritual del viaje que habría repetirse muchas veces durante casi diez años consistía en trasladarse de madrugada el lunes de la ciudad de México para llegar a la cinco de la mañana a Morelos y poder disponer las actividades que se habrían de realizar en la siembra ese día. En el transcurso pasábamos por Tres Marías, Cuautla, Anenecuilco y Villa de Ayala para poder llegar finalmente a la colonia Olintepec situada inmediatamente después de Villa de Ayala donde había la única gasolinería cercana. En frente de la Olintepec estaba la Colonia Abelardo Rodríguez y siguiendo por ese rumbo se llegaba a Tenextepango, donde regularmente hacíamos las comidas y donde quedaban la mayoría de las tierras de las que se encargaba mi padre. Esa hacienda que había pertenecido al yerno de Porfirio Díaz y con el que Zapata había trabajado como caballerango en la ciudad de México. Poblados también comunes eran los de Moyotepec, Apatlaco y a veces se llegaba hasta Chinameca, Jojutla y Tlaltizapán. Incluso algunas tierras alquiladas eran de la pertenencia de Eufemio Zapata, emparentado en algún grado con el difunto Emiliano.

Anenecuilco se había juntado con Villa de Ayala y no existía división clara por lo que yo los concebía como uno. Además de la gasolinería, había un pequeño hospital a las márgenes del río y un jardín con la figura de Zapata, prácticamente idéntico al que se encontraba cuando uno salía de Cuautla para agarrar la carretera que nos conducía a tierras zapatistas. Mis idas coincidían con la fechas conmemorativas del caudillo: 8 de agosto (nacimiento) y 10 de abril (muerte) y con las de la siembra y cosecha de la cebolla que era lo que mi padre sembraba y cuidaba. En agosto se preparaba la planta, -“el pachol” como se le decía- situación difícil porque coincidía con lluvias y el cuidado de la planta no se hacía en invernaderos –escenario común en la actualidad- sino directamente en la tierra, lo cual lo hacía muy difícil de cuidar. El pachol que estaba en una sola tierra se transplantaba a otras en la primera quincena de septiembre. En abril se coincidía con la semana santa –casi siempre- y con la cosecha de la cebolla. A diferencia de otros estados, como los del norte, en Morelos la cosecha tenía la particularidad de que se arpillaba –poner en los costales- directamente del campo y no en una seleccionadora. El trabajo era arduo y para realizarlo se llevaba gente directamente de Guanjuato porque los campesinos de Morelos no realizaban este trabajo. Siempre que estaba en el campo intentaba con un primo hacer ciertas faenas. Sobra decir que lo hacía mal y lento. Contando con diez años intente participar en el “moche” –arrancar las cebollas, mocharles el rabo y después arpillarlas por tamaño-. Un día de trabajo y un costal fue lo que hice mientras que un trabajador normal haría alrededor de 30 arpillas. Al final de la semana mi tío me pago sesenta pesos, mi padre no le dijo nada a él pero a mi regañó por recibir dinero que no había ganado, una ofensa para el trabajador real. Mi padre había dejado la escuela en tercero de primaria y su primer trabajo fue como peón de campo a los once años.

A pesar de las muchas veces que fui a Morelos y la cercanía con Anenecuilco jamás pasé a conocer la casa –hoy pequeño “museo”- de Emiliano Zapata. Fue así hasta que el 10 de abril de 1999 fuimos a Chinameca y Anenecuilco algunos amigos. En la casa-museo de Zapata en Anenecuilco adquirí una imagen del líder sureño en fuertes vivos rojos; la pagó nuestro Emiliano y creo que costó 10 pesos. Aún conservo la foto.

II

“Este es un libro, acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución”. Así comienza uno de los libros más famosos sobre el zapatismo. Era una revolución para permanecer en las tierras de sus padres y sus abuelos, en sus pueblos, en sus aldeas y rancherías. El movimiento zapatista era un movimiento social no político, por lo que siempre tuvo problemas para entenderse con los movimientos del Norte más políticos que sociales. Desconoció a Madero y a P. Orozco, desconfió de F. Ángeles y mostró una abierta crítica y desconfianza de Carranza al que percibían como otro P. Díaz. Creyó en Villa pero los villistas los dejaron solos cuando más lo necesitaban y finalmente se aliaron con A. Obregón.
Zapata siempre fue el líder del movimiento en el sur. Su reconocimiento no era por el liderazgo –que lo tenía- sino por el cariño que le tenían a él y a su familia. Se escogió a Zapata como líder por que si algo sabían los campesinos de Morelos era que él no los traicionaría. En efecto, esta era la obsesión de Emiliano: no traicionar a su gente, a su pueblo, a su tierra. El cariño entre iguales le dio a Emiliano el liderazgo y ese mismo cariño obligaba al hosco revolucionario a ser desconfiado sobre todo de la ciudad de México y sus políticos.

Por otra parte, el zapatismo siempre fue un movimiento desdeñado por ser el de la gente con la piel más oscura y de menor estatura, por ser campesinos de calzón de manta, por ser “indios” en suma. El líder que para entonces habitaba en Tlaltizapán vivía sin lujos e igual que la que la mayoría del campesinado del morelense. “El lujo del año (1915) fue una corrida de toros en Yautepec. Allí Salazar (Amado Salazar, primo de Emiliano y líder de Yautepec. N. de JB) había construido una placita de toros enfrente de la estación del ferrocarril y Juan Silveti famoso novillero que más tarde se convertiría en uno de los mejores toreros de México, lidió dos novillos de la ganadería prestigiada en Toluca tenía Ignacio de la Torre y Mier. … Las familias lugareñas habían luchado largamente para recuperar sus tradiciones rurales. Y en su estado agrario sólo querían tener otras familias campesinas como ellas mismas. Había algo de metódico en esta intolerancia, en esta rudeza deliberada, en esta voluntaria ignorancia de las costumbres finas. Pues la gente de la ciudad era portadora de malos presagios. Hasta los perros les ladraban.”(Womack, Zapata y la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 1969. p. 238-239). La hosquedad y desconfianza del líder eran las mismas de la gente; Zapata era uno más de ellos.

Probablemente las grandes virtudes sean también los grandes defectos de las personas. Las características de EZ que lo hacían el líder indiscutible de la guerrilla morelense fueron también lo que hicieron que el movimiento permaneciera en lo local y no trascendiera a lo nacional; lo social era la base y lo político casi no importaba. En los términos de Laclau, Zapata sería un líder populista que había reconocido en el campesinado de Morelos una demanda específica: la tierra. Incluso estando de acuerdo en esta demanda principal Zapata difería en el enfoque. Había que trabajar la tierra para el mercado, decía Zapata. Debía dejarse de sembrar maíz y producir más caña de azúcar que trajera mayores beneficios económicos para los campesinos. Estos diferían en la visión y preferían sembrar en las tierras recuperadas maíz, tomate, frijol y cebolla, cosas simples para el consumo cotidiano, sin plusvalor en el mercado. Emiliano no estaba de acuerdo pero mandó obedeciendo; el tampoco quería cambiar muchas cosas y por eso fue el líder revolucionario que Morelos quería.

Siempre alejados del centro y de la política nacional, solamente algunas demandas zapatistas de corte agrario se vieron satisfechas con la alianza de Gildardo Magaña (líder del zapatismo a la muerte de Emiliano) y el gobierno obregonista. Después de la pausa que significó ese gobierno los zapatistas volvieron al enfrentamiento con el gobierno callista. Las exigencias no eran ahora de tierra y libertad solamente, también se demandaba la libertad religiosa. Estos revolucionarios no eran de corte jacobinista desafiando el modelo tradicional. Si bien es cierto que los cristeros encontraron su lugar de proyección en el Bajío y Occidente de México, en Morelos hubo una fuerte defensa de la religiosidad popular y siempre fue encabezada por los antiguos jefes zapatistas. Benjamín Mendoza uno de los principales lideres zapatistas modificó su lema: “¡Tierra y libertad!" y le añadió "¡Viva Cristo Rey!”. La religión y la tierra eran (¿son?) cosas serias para estos campesinos que lucharon contra el Estado en varias ocasiones y contra distintas facciones revolucionarias para mantener sus tradiciones.

Parece ser que EZ fue uno más del pueblo, con sus virtudes y errores, y eso lo transformó en el líder social más significativo del último siglo.

(JB)

. . .

Ilustres revolucionarios:


Este ilustrador revolucionado convoca, sí,
convoca. No se hagan: ya va siendo hora de que la ilustración aparezca primero y el texto después. Sin más, un abrazo lleno de pólvora de PB.
Esto no es un concurso. Colaboración dispuesta, colaboración puesta.

martes, 12 de agosto de 2008

El jugador

¿Qué cómo conocí a Ibrahim El Rahman? Una mañana de principios de noviembre llegué a su casa. La fachada era de cantera lisa y alta como si se tratara de una instalación militar o una embajada y no la casa que uno encontraba tras el portón de hierro. Me dijeron que no tocara el timbre y no lo hice. El guardia de la caseta del callejón te anunciaba y después de un rato un hombre pequeño abría la puerta con una sonrisa. Su notoriamente corta estatura no le restaba, sin embargo, presencia. Daba la impresión de ser un hombre maduro a pesar de no representar más de treinta y cinco años. Tenía pelo negro y un tanto crespo y las canas no pasaban de unas cuantas que le daban el aspecto un tanto brillante a su cabellera. Después de las formales presentaciones pasamos a la barra-desayunador situada en una especie de lounge o cuarto de tele. La cafetera eléctrica destilaba las últimas gotas de café. Era una habitación amplia de paredes altas y lisas de la misma cantera que el exterior de la casa y a pesar de que los muebles eran de cristal y metal la madera clara del piso y la barra la hacían acogedora. Todo ahí daba una sensación de claridad y limpieza y aunque todo era las líneas rectas la variedad de muebles le daba vida al salón.

Entre todos los objetos había uno que sobresalía, una máquina de juego con una leyenda: Fabulous Ibrahim. Las Vegas. Sin mencionar a algunas mujeres este resultaba el personaje más interesante de mis clientes. Lo primero que resultaba peculiar era su nombre: Ibrahim El Rahman. Su padre, musulmán Egipcio, había mudado su residencia a Veracruz en los años 40 para casarse con una católica mexicana. Ibrahim no conservaba, sin embargo, ningún apego por el islam y hablaba de su padre como un hombre iracundo a quien veía no muy frecuentmente. Cuando le pregunté por El Cairo me dijo que no le llamaba la atención una “ciudad gris”. Ante mi desconcierto explicó que la mayoría de las ciudades egipcias eran como los barrios pobres de la ciudad de México en donde la gente no tiene suficiente dinero para pintar los ladrillos de concreto de sus improvisadas e inconclusas viviendas. No, como después me daría cuenta, sus plegarias diarias no se dirigían a una ciudad del desierto saudí, sino a una en el desierto de Nevada. Las Vegas era el lugar de sus peregrinaciones, que se limitaban a dos al año por un acuerdo con su esposa. Y aunque como dije antes Ibrahim no permitía que nadie tocara el timbre de su casa para no alterar el sueño de su esposa nada le impedía fumar y a lo largo de esa primera cita de dos horas sin duda nos habremos fumado unos diez cigarrillos cada uno entre taza y taza de café de las que generosamente nos convidaba él mismo.

A pesar de su tono de voz y sus gestos firmes no imponía su autoridad como seguramente lo hacía en su oficina. No, estando en su casa era un gran anfitrión y cuando contaba algo miraba directamente y abriendo tanto los ojos que estos quedaban casi redondos dentro de sus anteojos mientras sonreía. Si bien era de una familia de dinero él era quien había prosperado más en su negocio de intermediario entre las empresas y las aseguradoras. Su trabajo era estimar cifras de dinero convenientes y su pasión, cifras de dinero plausibles, las apuestas. Ahí era donde entraba yo.

lunes, 11 de agosto de 2008

La razón populista

La razón populista
Ernesto Laclau

El peculiar título que ha escogido Ernesto Laclau provoca muy distintas reacciones en la cultura latinoamericana. Término que ha sido manoseado en exceso en los últimos años, podría remitirnos a elementos como asistencialismo, personalismo, caudillismo, etcétera.

El autor argentino, discípulo de Eric Hobsbawm, propone estudiar la categoría de populismo de manera distinta a la perspectiva más extendida del fenómeno. La diferencia radica en que en el análisis no se pone énfasis en la clásica tipificación de la manipulación del pueblo (simple dato de la estructura social) por un líder carismático, sino en la decisión teórica de admitir al pueblo como categoría política con demandas específicas que permiten la construcción de una identidad colectiva.


Para Laclau populismo no es un concepto esencialista, sino el modo específico en que las demandas populares se articulan, estableciendo una lógica de la política entendida como dinámica de institución de lo social. Teniendo en cuenta elementos del postestructuralismo y del psicoanálisis (primordialmente la obra de Jacques Lacan), Laclau piensa al populismo como una práctica política específica por lo que el análisis debe centrarse en el conjunto de estrategias discursivas y de condiciones que han propiciado el surgimiento de los discursos populistas.


El sociólogo argentino manifiesta que es necesario pasar de un tipo de análisis en el que la unidad del grupo se da por descontada, a otro en el que es concebida como articulación variable de demandas. Como ejemplo manifiesta que los reclamos en torno a la vivienda, al empleo, a la salud, al suministro de agua, a la escolaridad, no tienden espontáneamente a confluir en un todo congruente y unificado sino que dependen de articulaciones cambiantes y contingentes, o sea, esencialmente políticas.


La heterogeneidad de demandas particulares es incuestionable, por lo que para no caer en un mero particularismo, las demandas específicas se tienen que articular en lo que el autor ha denominado cadenas equivalenciales, en las que cada uno de los eslabones mantiene su individualidad, pero en las que todos ellos adquieren, a través de símbolos comunes, una cierta universalidad. En realidad, toda demanda parcial se constituye en el interior de una tensión: en tanto reclamo parcial adquiere una mayor solidez a través de su inscripción en una cadena equivalencial más amplia; pero esta cadena puede, a su vez, deformar y ahogar a la demanda. Mantener el balance entre estas dos posibilidades extremas es lo que constituye el arte de la política. Sin cadena equivalencial no hay construcción de una voluntad colectiva, pero si esta cadena se torna autoritaria con respecto a los eslabones que la componen tampoco logrará, en el largo plazo, constituir una hegemonía política.


Con un enfoque microanalítico, Laclau estudia tres momentos históricos en la construcción de lo que se ha tratado de definir como “pueblo”. La formación del Partido del Pueblo (1896) en Estados Unidos, la ideología del Partido Republicano del Pueblo en el nacimiento de la Turquía moderna y el populismo peronista entre los años de 1960 y 1970, son los ejemplos concretos que utiliza el autor para ilustrar sus tesis.


En la parte final del libro, Laclau se da tiempo para discutir las diferencias que existen entre sus propuestas y las de otros autores sobre el populismo; todo dentro de los marcos teóricos del post-marxismo, el post-estructuralismo y el psicoanálisis. Retoma la discusión inconclusa que tuvo con el esloveno Slavoj Žižek en Contingencia, hegemonía y universalidad, criticándole el exagerado énfasis que pone en el antagonismo social, al considerar que una sobredeterminación de la categoría de clase es la que propicia los antagonismos étnicos o de género, por ejemplo. Respecto a las tesis de Michael Hardt y Antonio Negri propuestas en su ya clásica obra Imperio, les critica que ante la heterogeneidad social que ha promovido el capitalismo global, ellos opongan una desarticulada constitución del sujeto emancipatorio al que denominan “la multitud”.


La obra de Ernesto Laclau, académico de la Universidad de Essex, se aleja de la explicación funcionalista de los politólogos tradicionales, teniendo en cuenta siempre los elementos pasionales e irracionales en la construcción de las identidades colectivas. Un elemento criticable en la obra de Laclau es su escritura, barroca en demasía, con el que aleja a los posibles lectores fuera del ámbito académico.


*Puede verse una reseña del mismo libro, otro cara de Jano publicada por JS-HM en junio de 2006 en la revista Letras Libres. El pretendido liberal concluye su crítica diciendo “El postmarxismo resulta a fin de cuentas neoschmittismo. Antiliberalismo con traje folclórico”. Como colofón añado la anécdota, cuando Laclau –sociólogo reconocido mundialmente- presentó el libro en el CIDE, -presentación organizada por el FCE- la División de Estudios Políticos, hija en su mayoría de los rational choices puso cara de “¡No entiendo ni madres!” y trataron de escabullirse poco a poco. Al final el director de la división solamente pudo pedir disculpas “por que sus estómagos no estaban acostumbrados a tal tipos de alimentos”.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Detonaciones simétricas (A)

Un caleidoscopio de sávila. Un Rorschach fotosintético. Una explosión de espejos.

lunes, 4 de agosto de 2008

Las Giocondas



I.

En un museo una Mona Lisa absolutamente falsa es aplaudida por la gente como si fuera verdadera.

II.

En otro, una Mona Lisa auténtica es siempre sospechosa de ser falsa. Cada año, el director del Museo descuelga el lienzo frente al murmullo desconfiado del público y la lleva a un laboratorio para que un experto revise el cuadro y muestre el origen apócrifo de la pintura. Se la inspecciona con rayos x, se analizan los pigmentos y la composición de la tela, se revisa con nuevas técnicas la firma.

La prensa especula todos los días en grandes y voraces encabezados: "La Mona Lisa no sonríe. Tras la modelo, un hombre barbado escupe al espectador", "Los expertos a punto de revelar el engaño" y alguno más: "El fraude del siglo: ¿dónde están los responsables?". Las comisarías de la ciudad se llenan de falsificadores y ladrones de arte a los que se apresa y golpea para que confiesen la verdad sobre el cuadro.

Después de meses de rumores y millones gastados en investigación, el director del Museo y el experto salen a dar una conferencia de prensa. Su humor es sombrío y sus voces suenan apagadas: la Mona Lisa de nuestra sala es auténtica. No hay duda alguna.

El pasmo y la decepción no pueden ser mayores. Cuando la pintura vuelve a la sala del Museo los espectadores se juntan en silencio y la miran con insistencia. Se sienten engañados y ya sólo confían en su mirada para descubrir la farsa. Los rumores empiezan a crecer por toda la ciudad: alguien fue sobornado para no hablar, la verdadera Gioconda está oculta en una mina, en un rascacielos, en el fondo del mar. El experto que habló en la conferencia no es el mismo que realizó las pruebas.

La dudas inundan la ciudad; la prensa está histérica, el gobierno se tambalea. El director es obligado a renunciar y tras ser interrogado por la policía sale del país. El experto no vuelve a encontrar trabajo nunca más y dembula empobrecido por los cafés, contando a quien quiera oírlo, su versión de la conjura. Un nuevo director es nombrado en el Museo y vuelve a descolgar a la Mona Lisa de su pared.

La ciudad regresa a su rutina de sospecha y desconfianza. Por las noches los habitantes duermen con una mueca en el rostro, igual a la que imaginan detrás de su Gioconda falsa.

(Imágenes: PB)

domingo, 3 de agosto de 2008

Anthropologist's Diary XX


Un cohete sale disparado hacia el cielo lleno de nubes. Retumba en el valle, gallos y burros se agitan y comienzan su desafinada sinfonía. Un clarinete ensaya una larga escala en alguna casa. La caminata y el ritual (¿acaso son diferentes?) han comenzado. Cargo una olla llena de tamales y algunas bolsas de plástico. Me quisieron dar uno de los guajolotes pero no pude cargarlo y las sonrisas cómplices aparecieron. El animal me rasguñó con una de sus patas.

Pasamos la iglesia, la ermita de San Antonio, subimos un poco más y llegamos al Zempoal Chiquito. La montaña envuelta en neblina se hace cada vez más grande, la gente ríe y conversa hasta que unas horas después, aparece el camino de piedra y las nubes húmedas empiezan a envolvernos aunque el sol ya ha salido. Un hombre viejo, camiseta, mezclilla gastada y huaraches de charol llenos de lodo se adelanta. Pide a M. que la acompañe.

-Ése es el xemabie- dice E.

El viejo y la chica atraviesan un bosquecillo de grandes árboles cubiertos de musgo y otras plantas que no sé reconocer. Nos juntamos a su alrededor, ellos suben un pequeño altar que no es más que algunas piedras apiladas. El xemabie reza y sólo alcanzo a entender algunas palabras: koop'k, Cong'hoy, tu'uuk: montaña, rey, pollo.

El xemabie abre los brazos y parece que va a lanzarse hacia el mar de nubes que hay debajo de él. Sigue la letanía, que sólo se detiene hasta que alguien le pasa una jícara con tepache enrojecido con achiote. A todos nos toca una y vertimos un poco en la tierra antes de tomar, también hay cigarros, tres para cada quien. Le llega el turno a los guajolotes. Se agitan miserablemente, pero en los brazos del xemabie se muestran tranquilos. Los acaricia y les pide perdón por sacrificarlos. Luego les corta el cuello y los pone de cabeza. Tres gotas de sangre densa y púrpura corren del cogote del animal y caen sobre las piedras, tres por cada uno.

La ceremonia es para M. que empieza a trabajar la próxima semana, pero otros también quieren pedir cosas, también yo subo al altar apurado por mis amigos -Pide algo antes de que llueva- dicen. Encima de las piedras no hay nada más que el cielo y las montañas que parecen no tener fin. También tengo una oración secreta, pedidos al dios, cuentas que saldar. Abro los brazos y cierro los ojos y encima de mí retumba el truenos. Muy bien -dicen el viejo Xemabie- parece que Condoy ha escuchado, pero eso no necesariamente significa algo.

viernes, 1 de agosto de 2008

H.2.0

Un poco de agua para Artificios. Ya la había posteado en mi blog,... pero de mamón, quiero verla también sobre fondo negro (risas).