Ambas críticas tienen algo de cierto: los momentos de gran tensión y riqueza narrativa que caracterizaban el guión de la novela gráfica de Miller aparecen un tanto diluídos y subordinados al film de acción que preludia la aparición del videojuego (la película convertida en anuncio de mercancías futuras) y la facilidad con la que los personajes utilizan el término "terrorista", parece una contribución al proceso de fabricación de los nuevos enemigos de Estados Unidos.
Sin embargo, los críticos que han descalificado la película por su carácter propagandístico y publicitario tienden a ignorar lo que quizás sea el atractivo más grande de este Batman: la ambigüedad moral que caracteriza a todos sus personajes. Que dicha ambigüedad sea reconocida en una superproducción hollywoodense es un hecho notable en la medida en que revela la incapacidad de la propaganda para construir un tipo ideal de comportamiento en el que los sujetos (personajes y espectadores) puedan y deban reconocerse. Este Batman rebasa lo meramente propagandístico en tanto fracasa en en establecer con nitidez los límites entre el héroe y el villano, entre el mal y el bien y por lo tanto, no puede verse simplemente como expresión de una hegemonía determinada.
No estoy convencido que el amasijo de contradicciones morales y políticas que caracteriza a la película sea el resultado de una crítica sutil del director (si esto es así, Christopher Nolan es un genio y estamos frente a una obra quasi subversiva disfrazada de blockbuster de verano) quizás sea más bien una muestra de que la seguridad de Hollywood sobre su propio orden moral se tambalea y de que la consistencia de la weltanschaung norteamericana es cada vez más dudosa.
Crítica sutil o mero reflejo del malestar cultural de su tiempo, Batman es una película (decadente) sobre la decadencia y en ese sentido está años luz del espíritu de sus predecesoras y de otros filmes de superhéroes en donde la fusión entre héroe y CEO jamás se cuestiona. El Batman de Nolan es apenas heroico: es un personaje tan amoral y oscuramente pragmático como sus enemigos. La película también deja serias dudas sobre la frontera entre el bien y el mal. A diferencia de Superman, donde el mundo moral (una granja costumbrista del Medio Oeste norteamericano, blanca, anglosajona y protestante) está generalmente amenazado por enemigos remotísimos, a menudo extraterrestres, en Ciudad Gótica la separación entre ley y crimen son difíciles de percibir y quienes amenazan el orden son irremediablemente humanos por más que haya cierta inclinación a caricaturizarlos.
Este Batman es también una metáfora de un Estado en crisis. Batman, el Guasón, el fiscal, la policía y hasta el mayordomo funcionan como "tipos ideales" weberianos. Batman puede entenderse como un héroe o un caso clínico de narciscismo esquizofrénico, pero también es susceptible de interpretarse como una metáfora de una forma de paramilitarismo cada vez más frecuente en nuestro tiempo.
Batman es un gran capitalista que no cree en el Estado y que frente a la incapacidad de éste para protegerlo y eliminar a sus competidores en el mundo del dinero (la mafia que encarcela al principio de la película) opta por llevar a la práctica su propia idea del orden y la justicia. Esta idea que no tiene nada de novedosa, adquiere un giro interesante cuando Bruce Wayne descubre que el fiscal de distrito tiene simpatías por el hombre-murciélago y su cruzada ilegal. El fiscal (el Estado) necesita de esta fuerza ilegítima pero efectiva, capaz de pasar por encima de los límites legales al poder para actuar. El pacto tácito entre el fiscal y Batman es un acto fundacional que pone a Ciudad Gótica en ruta hacia el fascismo (Mussolinni definía al fascismo como el momento en que el poder estatal y el poder de las corporaciones privadas se fusionaba) destruyendo el frágil equilibrio entre política y delito que antes existía sumiendo a todos en el caos y la anarquía. Es en ese momento en que aparece otro personaje interesante, el mafioso italiano que busca negociar con la autoridad y tratar de reestablecer cierto balance que los fundamentalismos de Batman y el Guasón han eliminado.
Entre estas voces cargadas de violencia estatal y privada hay una más que también merece mención: Alfred el mayordomo, ha dejado de ser un simple servidor, para convertirse en la sabiduría cruel de un viejo imperialismo. Ahora sirve al nuevo amo del mundo trayéndole la bandeja con el té, pero también con la memoria de las viejas guerras coloniales, en Burma dice, para acabar con los bandidos, tuvimos que quemar el bosque. Es la conciencia (cómplice) que le recuerda a Wayne que su proyecto tiene consecuencias y que para seguir y tener éxito hay que sacrificar a otros.
Cuando veía Batman, puede que estuviera frente a una pieza más de la maquinaria propagandística de Hollywood pero también veía metáforas de Irak, Colombia y México. Veía el mundo ardiendo alrededor mío, rodeado de hombres cada vez más poderosos, ricos y violentos, alienados y sin más contacto con el mundo real que el desprecio. Por un momento me sentí como los habitantes de Ciudad Gótica, atrapado en un barco lleno de explosivos, jugando a la democracia rodeado de soldados. Sólo espero que fuera del cine haya muchos como el preso de la película que toma la única decisión moral del filme, tal vez de la vida: la de no destruir a los otros aún cuando sea posible.