martes, 19 de agosto de 2008

EZ (el original)


¿Y quienes son esos que hablan de memoria historia, idiomas, lugares, sin haber arriesgado nada?

¿Y quienes son aquellos que hacen la guerra detrás de lujosos escritorios?

¿Por qué hay un premio nobel de la paz que premia a los cobardes?

Que otros alaben a hombres eminentes que se llenan la boca de paz.

Yo alabo la agitación y el conflicto.

Que otros alaben el miedo y la soberbia que destruye lo común.

Yo alabo la simpleza y la mirada profunda.

Yo solo quiero que gire el reloj de arena, se desborde la rabia

Y se consuma esta asquerosa desigualdad.

(FCC)

. . .

I

La figura de Zapata está fuertemente arraigada a mi infancia, más por condiciones geográficas que por el conocimiento del líder revolucionario. Mi padre que durante mucho tiempo se había desempeñado como chofer (de camiones urbanos, para Telmex y previamente realizando fletes en la Merced y en la Central de Abastos) había comenzado a trabajar para unos parientes como administrador y agricultor en el estado de Morelos. La colonia donde habitaba, escogida estratégicamente por su módico precio y en una ruta a mitad de las tierras cultivadas se encontraba a un par de kilómetros de Anenecuilco. Lo que recuerdo, y que por muchos años ha sido la imagen misma del lugar es un enorme cartel que anunciaba el pueblo origen de Zapata donde se podía leer su fecha de nacimiento y una ilustración de su cara. El cartel era gigante y descolorido por las lluvias y un nulo mantenimiento.

La primera vez que fui contaba con seis años. Usaba unas pequeñas botas que me hacían el hazmerreír de mi escuela pero no me importaba (demasiado). El ritual del viaje que habría repetirse muchas veces durante casi diez años consistía en trasladarse de madrugada el lunes de la ciudad de México para llegar a la cinco de la mañana a Morelos y poder disponer las actividades que se habrían de realizar en la siembra ese día. En el transcurso pasábamos por Tres Marías, Cuautla, Anenecuilco y Villa de Ayala para poder llegar finalmente a la colonia Olintepec situada inmediatamente después de Villa de Ayala donde había la única gasolinería cercana. En frente de la Olintepec estaba la Colonia Abelardo Rodríguez y siguiendo por ese rumbo se llegaba a Tenextepango, donde regularmente hacíamos las comidas y donde quedaban la mayoría de las tierras de las que se encargaba mi padre. Esa hacienda que había pertenecido al yerno de Porfirio Díaz y con el que Zapata había trabajado como caballerango en la ciudad de México. Poblados también comunes eran los de Moyotepec, Apatlaco y a veces se llegaba hasta Chinameca, Jojutla y Tlaltizapán. Incluso algunas tierras alquiladas eran de la pertenencia de Eufemio Zapata, emparentado en algún grado con el difunto Emiliano.

Anenecuilco se había juntado con Villa de Ayala y no existía división clara por lo que yo los concebía como uno. Además de la gasolinería, había un pequeño hospital a las márgenes del río y un jardín con la figura de Zapata, prácticamente idéntico al que se encontraba cuando uno salía de Cuautla para agarrar la carretera que nos conducía a tierras zapatistas. Mis idas coincidían con la fechas conmemorativas del caudillo: 8 de agosto (nacimiento) y 10 de abril (muerte) y con las de la siembra y cosecha de la cebolla que era lo que mi padre sembraba y cuidaba. En agosto se preparaba la planta, -“el pachol” como se le decía- situación difícil porque coincidía con lluvias y el cuidado de la planta no se hacía en invernaderos –escenario común en la actualidad- sino directamente en la tierra, lo cual lo hacía muy difícil de cuidar. El pachol que estaba en una sola tierra se transplantaba a otras en la primera quincena de septiembre. En abril se coincidía con la semana santa –casi siempre- y con la cosecha de la cebolla. A diferencia de otros estados, como los del norte, en Morelos la cosecha tenía la particularidad de que se arpillaba –poner en los costales- directamente del campo y no en una seleccionadora. El trabajo era arduo y para realizarlo se llevaba gente directamente de Guanjuato porque los campesinos de Morelos no realizaban este trabajo. Siempre que estaba en el campo intentaba con un primo hacer ciertas faenas. Sobra decir que lo hacía mal y lento. Contando con diez años intente participar en el “moche” –arrancar las cebollas, mocharles el rabo y después arpillarlas por tamaño-. Un día de trabajo y un costal fue lo que hice mientras que un trabajador normal haría alrededor de 30 arpillas. Al final de la semana mi tío me pago sesenta pesos, mi padre no le dijo nada a él pero a mi regañó por recibir dinero que no había ganado, una ofensa para el trabajador real. Mi padre había dejado la escuela en tercero de primaria y su primer trabajo fue como peón de campo a los once años.

A pesar de las muchas veces que fui a Morelos y la cercanía con Anenecuilco jamás pasé a conocer la casa –hoy pequeño “museo”- de Emiliano Zapata. Fue así hasta que el 10 de abril de 1999 fuimos a Chinameca y Anenecuilco algunos amigos. En la casa-museo de Zapata en Anenecuilco adquirí una imagen del líder sureño en fuertes vivos rojos; la pagó nuestro Emiliano y creo que costó 10 pesos. Aún conservo la foto.

II

“Este es un libro, acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución”. Así comienza uno de los libros más famosos sobre el zapatismo. Era una revolución para permanecer en las tierras de sus padres y sus abuelos, en sus pueblos, en sus aldeas y rancherías. El movimiento zapatista era un movimiento social no político, por lo que siempre tuvo problemas para entenderse con los movimientos del Norte más políticos que sociales. Desconoció a Madero y a P. Orozco, desconfió de F. Ángeles y mostró una abierta crítica y desconfianza de Carranza al que percibían como otro P. Díaz. Creyó en Villa pero los villistas los dejaron solos cuando más lo necesitaban y finalmente se aliaron con A. Obregón.
Zapata siempre fue el líder del movimiento en el sur. Su reconocimiento no era por el liderazgo –que lo tenía- sino por el cariño que le tenían a él y a su familia. Se escogió a Zapata como líder por que si algo sabían los campesinos de Morelos era que él no los traicionaría. En efecto, esta era la obsesión de Emiliano: no traicionar a su gente, a su pueblo, a su tierra. El cariño entre iguales le dio a Emiliano el liderazgo y ese mismo cariño obligaba al hosco revolucionario a ser desconfiado sobre todo de la ciudad de México y sus políticos.

Por otra parte, el zapatismo siempre fue un movimiento desdeñado por ser el de la gente con la piel más oscura y de menor estatura, por ser campesinos de calzón de manta, por ser “indios” en suma. El líder que para entonces habitaba en Tlaltizapán vivía sin lujos e igual que la que la mayoría del campesinado del morelense. “El lujo del año (1915) fue una corrida de toros en Yautepec. Allí Salazar (Amado Salazar, primo de Emiliano y líder de Yautepec. N. de JB) había construido una placita de toros enfrente de la estación del ferrocarril y Juan Silveti famoso novillero que más tarde se convertiría en uno de los mejores toreros de México, lidió dos novillos de la ganadería prestigiada en Toluca tenía Ignacio de la Torre y Mier. … Las familias lugareñas habían luchado largamente para recuperar sus tradiciones rurales. Y en su estado agrario sólo querían tener otras familias campesinas como ellas mismas. Había algo de metódico en esta intolerancia, en esta rudeza deliberada, en esta voluntaria ignorancia de las costumbres finas. Pues la gente de la ciudad era portadora de malos presagios. Hasta los perros les ladraban.”(Womack, Zapata y la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 1969. p. 238-239). La hosquedad y desconfianza del líder eran las mismas de la gente; Zapata era uno más de ellos.

Probablemente las grandes virtudes sean también los grandes defectos de las personas. Las características de EZ que lo hacían el líder indiscutible de la guerrilla morelense fueron también lo que hicieron que el movimiento permaneciera en lo local y no trascendiera a lo nacional; lo social era la base y lo político casi no importaba. En los términos de Laclau, Zapata sería un líder populista que había reconocido en el campesinado de Morelos una demanda específica: la tierra. Incluso estando de acuerdo en esta demanda principal Zapata difería en el enfoque. Había que trabajar la tierra para el mercado, decía Zapata. Debía dejarse de sembrar maíz y producir más caña de azúcar que trajera mayores beneficios económicos para los campesinos. Estos diferían en la visión y preferían sembrar en las tierras recuperadas maíz, tomate, frijol y cebolla, cosas simples para el consumo cotidiano, sin plusvalor en el mercado. Emiliano no estaba de acuerdo pero mandó obedeciendo; el tampoco quería cambiar muchas cosas y por eso fue el líder revolucionario que Morelos quería.

Siempre alejados del centro y de la política nacional, solamente algunas demandas zapatistas de corte agrario se vieron satisfechas con la alianza de Gildardo Magaña (líder del zapatismo a la muerte de Emiliano) y el gobierno obregonista. Después de la pausa que significó ese gobierno los zapatistas volvieron al enfrentamiento con el gobierno callista. Las exigencias no eran ahora de tierra y libertad solamente, también se demandaba la libertad religiosa. Estos revolucionarios no eran de corte jacobinista desafiando el modelo tradicional. Si bien es cierto que los cristeros encontraron su lugar de proyección en el Bajío y Occidente de México, en Morelos hubo una fuerte defensa de la religiosidad popular y siempre fue encabezada por los antiguos jefes zapatistas. Benjamín Mendoza uno de los principales lideres zapatistas modificó su lema: “¡Tierra y libertad!" y le añadió "¡Viva Cristo Rey!”. La religión y la tierra eran (¿son?) cosas serias para estos campesinos que lucharon contra el Estado en varias ocasiones y contra distintas facciones revolucionarias para mantener sus tradiciones.

Parece ser que EZ fue uno más del pueblo, con sus virtudes y errores, y eso lo transformó en el líder social más significativo del último siglo.

(JB)

. . .

Ilustres revolucionarios:


Este ilustrador revolucionado convoca, sí,
convoca. No se hagan: ya va siendo hora de que la ilustración aparezca primero y el texto después. Sin más, un abrazo lleno de pólvora de PB.
Esto no es un concurso. Colaboración dispuesta, colaboración puesta.

5 comentarios:

patricio.betteo dijo...

FC: Gracias por dar bola enérgica al ejercicio. Es interesante, y necesario, que la serpiente nazca por la cola. Espero que la zanganada ponga el aguijón en este post.

Abrazos y nos vemos en unos días.

Unknown dijo...

Pato ando un poco en chinga pero prometo subir algo. Déme un día o dos.
Buena idea, primero la imagen luego escribo
JB

Los Meteoros dijo...

Chale, yo no había visto esto y no entiendo nada ¿el Pato dibuja y luego escribimos? En fin, lo que sí entiendo es la fusión de dibujo y palabras: Zapata es un mirada de calmada indignación.

Los Meteoros dijo...

Por cierto: los puntos de fuga parecen confluir por unos días en el DF, armemos algo aprovechando el milagron ¿no?

Unknown dijo...

Me parece buena idea Chemo. Podría ser hoy por la noche o mañana por la tarde una comidita por ahí. ¿Cómo ven?

J.