martes, 12 de agosto de 2008

El jugador

¿Qué cómo conocí a Ibrahim El Rahman? Una mañana de principios de noviembre llegué a su casa. La fachada era de cantera lisa y alta como si se tratara de una instalación militar o una embajada y no la casa que uno encontraba tras el portón de hierro. Me dijeron que no tocara el timbre y no lo hice. El guardia de la caseta del callejón te anunciaba y después de un rato un hombre pequeño abría la puerta con una sonrisa. Su notoriamente corta estatura no le restaba, sin embargo, presencia. Daba la impresión de ser un hombre maduro a pesar de no representar más de treinta y cinco años. Tenía pelo negro y un tanto crespo y las canas no pasaban de unas cuantas que le daban el aspecto un tanto brillante a su cabellera. Después de las formales presentaciones pasamos a la barra-desayunador situada en una especie de lounge o cuarto de tele. La cafetera eléctrica destilaba las últimas gotas de café. Era una habitación amplia de paredes altas y lisas de la misma cantera que el exterior de la casa y a pesar de que los muebles eran de cristal y metal la madera clara del piso y la barra la hacían acogedora. Todo ahí daba una sensación de claridad y limpieza y aunque todo era las líneas rectas la variedad de muebles le daba vida al salón.

Entre todos los objetos había uno que sobresalía, una máquina de juego con una leyenda: Fabulous Ibrahim. Las Vegas. Sin mencionar a algunas mujeres este resultaba el personaje más interesante de mis clientes. Lo primero que resultaba peculiar era su nombre: Ibrahim El Rahman. Su padre, musulmán Egipcio, había mudado su residencia a Veracruz en los años 40 para casarse con una católica mexicana. Ibrahim no conservaba, sin embargo, ningún apego por el islam y hablaba de su padre como un hombre iracundo a quien veía no muy frecuentmente. Cuando le pregunté por El Cairo me dijo que no le llamaba la atención una “ciudad gris”. Ante mi desconcierto explicó que la mayoría de las ciudades egipcias eran como los barrios pobres de la ciudad de México en donde la gente no tiene suficiente dinero para pintar los ladrillos de concreto de sus improvisadas e inconclusas viviendas. No, como después me daría cuenta, sus plegarias diarias no se dirigían a una ciudad del desierto saudí, sino a una en el desierto de Nevada. Las Vegas era el lugar de sus peregrinaciones, que se limitaban a dos al año por un acuerdo con su esposa. Y aunque como dije antes Ibrahim no permitía que nadie tocara el timbre de su casa para no alterar el sueño de su esposa nada le impedía fumar y a lo largo de esa primera cita de dos horas sin duda nos habremos fumado unos diez cigarrillos cada uno entre taza y taza de café de las que generosamente nos convidaba él mismo.

A pesar de su tono de voz y sus gestos firmes no imponía su autoridad como seguramente lo hacía en su oficina. No, estando en su casa era un gran anfitrión y cuando contaba algo miraba directamente y abriendo tanto los ojos que estos quedaban casi redondos dentro de sus anteojos mientras sonreía. Si bien era de una familia de dinero él era quien había prosperado más en su negocio de intermediario entre las empresas y las aseguradoras. Su trabajo era estimar cifras de dinero convenientes y su pasión, cifras de dinero plausibles, las apuestas. Ahí era donde entraba yo.

4 comentarios:

patricio.betteo dijo...

ANTES DE LEER CUALQUIER PALABRA, aplaudo la resurrección de Lázaro. Me arden las manos.
Te has ganado una ilustración.
Luego hablamos de tu Entry. JAJA

Los Meteoros dijo...

Qué bueno que apareciste. Ya estábamos pensando en hablarle a tu mamá. Y este texto ¿es la promesa de un cuento o un ejercicio para aflojar la mano?

Contesta, no seas ojéis.

Unknown dijo...

Me sumo a los anteriores. 1)Viva la resurrección. 2)Ya estábamos preocupados (lo de la mamilla es cierto). 3) Contesta y comenta de vez en vez.

Un abrazo

Javier

FCC dijo...

"No estaba muerto...andaba de parranda".
Bien por el Enrique y su regreso ¿alguna vez se fue?
No me gusta demasiado el misterio pero son bien recibidas tus letras.