lunes, 4 de agosto de 2008

Las Giocondas



I.

En un museo una Mona Lisa absolutamente falsa es aplaudida por la gente como si fuera verdadera.

II.

En otro, una Mona Lisa auténtica es siempre sospechosa de ser falsa. Cada año, el director del Museo descuelga el lienzo frente al murmullo desconfiado del público y la lleva a un laboratorio para que un experto revise el cuadro y muestre el origen apócrifo de la pintura. Se la inspecciona con rayos x, se analizan los pigmentos y la composición de la tela, se revisa con nuevas técnicas la firma.

La prensa especula todos los días en grandes y voraces encabezados: "La Mona Lisa no sonríe. Tras la modelo, un hombre barbado escupe al espectador", "Los expertos a punto de revelar el engaño" y alguno más: "El fraude del siglo: ¿dónde están los responsables?". Las comisarías de la ciudad se llenan de falsificadores y ladrones de arte a los que se apresa y golpea para que confiesen la verdad sobre el cuadro.

Después de meses de rumores y millones gastados en investigación, el director del Museo y el experto salen a dar una conferencia de prensa. Su humor es sombrío y sus voces suenan apagadas: la Mona Lisa de nuestra sala es auténtica. No hay duda alguna.

El pasmo y la decepción no pueden ser mayores. Cuando la pintura vuelve a la sala del Museo los espectadores se juntan en silencio y la miran con insistencia. Se sienten engañados y ya sólo confían en su mirada para descubrir la farsa. Los rumores empiezan a crecer por toda la ciudad: alguien fue sobornado para no hablar, la verdadera Gioconda está oculta en una mina, en un rascacielos, en el fondo del mar. El experto que habló en la conferencia no es el mismo que realizó las pruebas.

La dudas inundan la ciudad; la prensa está histérica, el gobierno se tambalea. El director es obligado a renunciar y tras ser interrogado por la policía sale del país. El experto no vuelve a encontrar trabajo nunca más y dembula empobrecido por los cafés, contando a quien quiera oírlo, su versión de la conjura. Un nuevo director es nombrado en el Museo y vuelve a descolgar a la Mona Lisa de su pared.

La ciudad regresa a su rutina de sospecha y desconfianza. Por las noches los habitantes duermen con una mueca en el rostro, igual a la que imaginan detrás de su Gioconda falsa.

(Imágenes: PB)

2 comentarios:

Unknown dijo...

¿Cuál es la verdadera?




Conocí a una tal Benedicta, que llenaba la atmósfera de ideal y cuyos ojos derramaban deseo de grandeza, de hermosura, de gloria, de todo lo que lleva a creer en la inmortalidad.

Pero la milagrosa muchacha era bella en demasía para vivir mucho tiempo; así, murió algunos días después de haberla conocido yo, y yo mismo la enterré, un día en que la primavera agitaba su incensario hasta los cementerios. Yo fui quien la enterró, bien guardada en un féretro de madera perfumada, incorruptible como los cofres de la India.

Y como los ojos se me quedaran clavados en el lugar donde hundí mi tesoro, vi súbitamente una criaturilla que se parecía de modo singular a la difunta, y que, pisoteando la tierra fresca con violencia histérica y rara, decía soltando la risa: «¡La verdadera Benedicta soy yo! ¡Soy yo, valiente bribona! Y en castigo de tu locura y de tu ceguera, me querrás como soy.»

Pero yo, furioso, contesté: «¡No!, ¡no!, ¡no!» Y para acentuar mejor mi negativa, di tan fuerte golpe en la tierra con el pie, que la pierna se me hundió hasta la rodilla en la sepultura reciente, y, como lobo cogido en la trampa, sigo preso, tal vez para siempre, en la fosa de mi ideal.

Charles Baudelaire

UnwrittenRules dijo...

Chido Javo. No me tenía idea que fueras tan baudeleriano ¿las mentiras califican como ideales? Si es así, conozco muchos que llevan un largo tiempo en la fosa común de sus ideales.